MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

miércoles, 13 de abril de 2016

Los continuadores de la Casa Grande están volviendo


Leonardo Boff
Articulista del JB online y escritor
Traducción de MJ Gavito Milano 

Toda crisis entresaca las gangas y trae a la luz lo que ellas escondían, pues estaban siempre actuando en las bases de nuestra sociedad. Ahí están las raíces últimas de nuestra crisis política, nunca superada históricamente; por eso, de tiempo en tiempo surgen con virulencia: el desprecio y la humillación de los pobres.

Es otra cara de la cordialidad brasilera, como bien lo explicó Sérgio Buarque de Holanda. Del corazón nace nuestra bienquerencia e informalidad, pero también nuestros odios. Tal vez, podríamos decir mejor: el brasilero más que cordial es un ser sentimental. Reacciona por sentimientos contradictorios y radicales.

Hay que reconocer que existe odio y profundos desgarros en nuestro país. Es necesario calificar ese odio. Es odio contra los hijos e hijas de la pobreza, de aquellos que vinieron de lo más profundo de la Senzala o de las inmensas periferias.

Basta leer a los historiadores que intentaron leer nuestra historia a partir desde las víctimas, como el académico José Honório Rodrigues o el mulato Capistrano de Abreu, o bien el actual director del IPEA el sociólogo Jessé de Souza para darnos cuenta de sobre qué suelo social estamos asentados. Las grandes mayorías empobrecidas eran para las oligarquías económicas y las élites intelectuales tradicionales y para el estado controlado por ellas, peso muerto. No solo fueron marginalizadas sino también humilladas y despreciadas. Refiere José Honório Rodrigues:

«La mayoría dominante fue siempre alienada, antiprogresista, antinacional y no contemporánea. Los líderes nunca se reconciliaron con el pueblo. Nunca vio en él una criatura de Dios, nunca lo reconoció, pues quería que fuese lo que no es. Nunca vio sus virtudes ni admiró sus servicios al país, lo llamó de todo –bueno para nada–, negó sus derechos, arrasó su vida y cuando le vio crecer, le negó poco a poco su aprobación, conspiró para ponerlo de nuevo en la periferia, en el lugar que sigue pensando que le pertenece» (Reforma y conciliación en Brasil, p.16).

No se trata de una descripción del pasado, es la verificación de lo que está ocurriendo en el momento actual. Por una rara conjunción de fuerzas, alguien venido de abajo, un superviviente, Luiz Inácio Lula da Silva, consiguió atravesar el blindaje promovido por los poderosos y llegar a la presidencia. Eso es intolerable para los grupos poderosos e intelectualizados que niegan cualquier relación con los del piso de abajo. Más intolerable aún es el hecho de que con políticas sociales bien dirigidas fueron incluidos millones de personas que antes estaban fuera de la ciudadanía. Estos empezaron a ocupar los lugares antes reservados a los beneficiarios del sistema. Comenzaron a consumir, a entrar en los centros comerciales y a volar en avión. Su presencia irrita a los del piso de arriba y empiezan a odiarlos.

Podemos criticar que fue una inclusión incompleta. Creó consumidores pero pocos ciudadanos críticos. Dejaron de ser famélicos, pero el ser humano no es solo un animal hambriento. Es un ser de múltiples virtualidades, como todos, un proyecto infinito. Sucede que no ha habido un desarrollo consistente del capital social en términos de educación, salud, transporte, cultura y ocio. Esa sería otra etapa y más fundamental, que ya estaba siendo implementada con escuelas profesionales y con el acceso de millares de empobrecidos a la universidad.

El hecho es que cuando esos desheredados empezaron a organizarse y a levantar la cabeza fueron pronto descalificados y demonizados. Atacaron a su principal representante y líder, Lula. El hecho de haber sido llevado bajo coacción a un interrogatorio, acto desproporcionado y humillante, pretendía exactamente eso: humillar y destruir su figura carismática. Y, junto con él, liquidar si fuera posible su partido y hacerlo inapto para disputar futuras elecciones.

En otras palabras, los descendientes de la Casa Grande están de vuelta. La onda derechista que asola el país tiene este trasfondo. Buscar la destitución de la presidenta Dilma es el último capítulo de esta batalla para llegar al estado anterior, donde ellos, los dominantes (71 mil superricos con sus aliados, especialmente del sistema financiero, que representan el 0,05 de la población) volverían a ocupar el estado y a hacerlo funcionar en beneficio propio, excluidas las mayorías populares. La alianza de ellos con los grandes medios, formando un bloque histórico bien articulado, consiguió conquistar para su causa a muchos de los estratos medios, progresistas en las profesiones pero conservadores en la política. Esos escasamente saben de la manipulación y de la explotación económica a la que están sometidos por los ricos, como lo notó recientemente Jessé de Souza.

Pero la conciencia de los pobres, una vez despertada, no hay ya cómo frenarla. Vendrán trasformaciones, dando otro rumbo al país con equidad y cuidado de los pobres y de la Madre Tierra.