MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

lunes, 28 de marzo de 2016

El Papa propone la misericordia como remedio "ante la vorágine espiritual y moral de la Humanidad"


José M. Vidal

RD.- Misa de Pascua en la Plaza de San Pedro, florida para la ocasión y posterior bendición urbi et orbi. En su saludo, Francisco propuso la misericordia como única salida a la "vorágine espiritual y moral de la Humanidad". Después repasó los males del mundo y pidió paz para Siria y demás países con conflictos, solicitó, una vez más, acogida para los refugiados e instó a los católicos a llevar la alegría y la esperanza de la resurrección al mundo.

La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles: "Nosotros somos testigos". La segunda lectura de Pablo a los Colosenses. Y el Evangelio de la Resurrección. Después de la lectura evangélica, un largo rato de silencio. Sin homilía papal. Tras la ceremonia se dirigirá al balcón de la logia central de la basílica de San Pedro para leer el mensaje e impartir la bendición "A la ciudad y al mundo".

En el altar, un icono de Cristo resucitado y rodeado de plantas y flores por todas partes, con bellos arreglos florales. la PLaza de San Pedro llena a rebosar, hasta la via de la Conciliazione. Hay ganas de Pascua y de Resurrección. Y de esperanza, tras unas semanas negras.

Tras la misa felicita las pascuas a los cardenales y se sube al papamóvil para saludar a su gente.

Algunas frases del saludo del Papa en la bendición urbi et orbi

"Queridos hermanos y hermanas, feliz Pascua"
"Hoy proclamamos: Jesús es el Señor"
"Podemos ocnfiar totalmente en Él"
"Ante la vorágine espiritual y moral de la Humanidad, ante los vacíos que se abren en los corazones y provocan odio y muerte, sólo una infinita misericordia puede salvarnos"
"Solo Dios puede llenar con su amor este vacío, este abismo y permitirnos de seguir caminando juntos hacia la tierra de la libertad y de la vida"
"El mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu"
"Delitos entre los muros domésticos y guerras..."
"Esperanza para la querida Siria, país de un largo conflicto, con su largo cortejo de destrucción y desprecio del derecho humanitario"
"Puedan recogerse furtos de paz de las negociaciones en curso"
"En irak, en Yemen y en Libia"
"En TIerra Santa convivencia entre israelís y palestinos"
"Paz justa y duradera por medio de unas negociaciones directas y sinceras"
"Solución definitiva a la guerra en Ucrania"
"Nuestra cercanía a las víctimas del terorrismo, forma ciega y desesperada de violencia, que derrama sangre inocente, en diversas partes del mundo, como recientemente en Belgia, Turquía, Nigeria, Irak, Costa de Marfil..."
"Perspectivas de paz en África, en Burundi, en Sur Sudán, en Congo..."
"Con las armas del amor, Dios derrotó al egoísmo y a la muerte"
"Paz al pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive"
"No olvidar los hombres y mujeres en camino de un futuro mejor"
"Emigrante sy refugiados, mucho niños, en fuga de la guerra, del hambre, de la pobreza..."
"Estos hermanos encuentran a menudo la muerte y el rechazo del que podría ofrecerles acogida y ayuda"
"Políticas capaces de proteger a las víctimas de conflictos, sobre todo a los más vulnerables"
"Tierra maltratada por una explotación ávida de ganancias"
"Hermanos que son perseguidos por la fe"
"No tengáis miedo"
"A los que perdieron dignidad, esperanza y gusto por la vida..."
"A los jóvenes a los que parece que les falla el futuro..."
"Recomenzar con mayor coraje, con mayor esperanza, para construir caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos. Lo necesitamos tanto" 

Saludos tras la bendición 

"Cristo venció el mal en la raíz"
"Gracias por vuestra presnecia y vuestra alegría en este día de fiesta"
"Gracias por las flores que, también este año, proceden de los Países Bajos"
"LLevad a todos la alegría y la esperanza de Crtisto resucitado"

Texto íntegro del mensaje urbi et orbi del Papa

«Dad gracias al Señor porque es bueno Porque es eterna su misericordia» (Sal 135,1)
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!

Jesucristo, encarnación de la misericordia de Dios, ha muerto en cruz por amor, y por amor ha resucitado. Por eso hoy proclamamos: ¡Jesús es el Señor!

Su resurrección cumple plenamente la profecía del Salmo: «La misericordia de Dios es eterna», su amor es para siempre, nunca muere. Podemos confiar totalmente en él, y le damos gracias porque ha descendido por nosotros hasta el fondo del abismo.

Ante las simas espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación. Sólo Dios puede llenar con su amor este vacío, estas fosas, y hacer que no nos hundamos, y que podamos seguir avanzando juntos hacia la tierra de la libertad y de la vida.

El anuncio gozoso de la Pascua: Jesús, el crucificado, «no está aquí, ¡ha resucitado!» (Mt 28,6), nos ofrece la certeza consoladora de que se ha salvado el abismo de la muerte y, con ello, ha quedado derrotado el luto, el llanto y la angustia (cf. Ap 21,4). El Señor, que sufrió el abandono de sus discípulos, el peso de una condena injusta y la vergüenza de una muerte infame, nos hace ahora partícipes de su vida inmortal, y nos concede su mirada de ternura y compasión hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia. El mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informes sobre delitos brutales, que a menudo se cometen en el ámbito doméstico, y de conflictos armados a gran escala que someten a poblaciones enteras a pruebas indecibles.

Cristo resucitado indica caminos de esperanza a la querida Siria, un país desgarrado por un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil. Encomendamos al poder del Señor resucitado las conversaciones en curso, para que, con la buena voluntad y la cooperación de todos, se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción una sociedad fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos.

Que el mensaje de vida, proclamado por el ángel junto a la piedra removida del sepulcro, aleje la dureza de nuestro corazón y promueva un intercambio fecundo entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Que la imagen del hombre nuevo, que resplandece en el rostro de Cristo, fomente la convivencia entre israelíes y palestinos en Tierra Santa, así como la disponibilidad paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y sinceras. Que el Señor de la vida acompañe los esfuerzos para alcanzar una solución definitiva de la guerra en Ucrania, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.

Que el Señor Jesús, nuestra paz (cf. Ef 2,14), que con su resurrección ha vencido el mal y el pecado, avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo, esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente en diferentes partes del mundo, como ha ocurrido en los recientes atentados en Bélgica, Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil; que lleve a buen término el fermento de esperanza y las perspectivas de paz en África; pienso, en particular, en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el Sudán del Sur, lacerados por tensiones políticas y sociales.

Dios ha vencido el egoísmo y la muerte con las armas del amor; su Hijo, Jesús, es la puerta de la misericordia, abierta de par en par para todos. Que su mensaje pascual se proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos. Y que se promueva en todo lugar la cultura del encuentro, la justicia y el respeto recíproco, lo único que puede asegurar el bienestar espiritual y material de los ciudadanos.

El Cristo resucitado, anuncio de vida para toda la humanidad que reverbera a través de los siglos, nos invita a no olvidar a los hombres y las mujeres en camino para buscar un futuro mejor. Son una muchedumbre cada vez más grande de emigrantes y refugiados -incluyendo muchos niños- que huyen de la guerra, el hambre, la pobreza y la injusticia social. Estos hermanos y hermanas nuestros, encuentran demasiado a menudo en su recorrido la muerte o, en todo caso, el rechazo de quien podrían ofrecerlos hospitalidad y ayuda. Que la cita de la próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner en el centro a la persona humana, con su dignidad, y desarrollar políticas capaces de asistir y proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia, especialmente a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos étnicos y religiosos.

Que, en este día glorioso, «goce también la tierra, inundada de tanta claridad» (Pregón pascual), aunque sea tan maltratada y vilipendiada por una explotación ávida de ganancias, que altera el equilibrio de la naturaleza. Pienso en particular a las zonas afectadas por los efectos del cambio climático, que en ocasiones provoca sequía o inundaciones, con las consiguientes crisis alimentarias en diferentes partes del planeta.

Con nuestros hermanos y hermanas perseguidos por la fe y por su fidelidad al nombre de Cristo, y ante el mal que parece prevalecer en la vida de tantas personas, volvamos a escuchar las palabras consoladoras del Señor: «No tengáis miedo. ¡Yo he vencido al mundo!» (Jn 16,33). Hoy es el día brillante de esta victoria, porque Cristo ha derrotado a la muerte y su resurrección ha hecho resplandecer la vida y la inmortalidad (cf. 2 Tm 1,10). «Nos sacó de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría, del luto a la celebración, de la oscuridad a la luz, de la servidumbre a la redención. Por eso decimos ante él: ¡Aleluya!» (Melitón de Sardes, Homilía Pascual).

A quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir, a los ancianos abrumados que en la soledad sienten perder vigor, a los jóvenes a quienes parece faltarles el futuro, a todos dirijo una vez más las palabras del Señor resucitado: «Mira, hago nuevas todas las cosas... al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente» (Ap 21,5-6). Que este mensaje consolador de Jesús nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos.