MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

martes, 20 de octubre de 2015

La era del diálogo

 
Alfonso Monsalve Ramírez
Analista

Hablando se entienden las personas, dice la expresión popular.

Hablando. Conversando. Dialogando.

El diálogo en vez de la guerra y de la violencia. El diálogo socrático, su origen más remoto, ha evolucionado hasta convertirse en un conjunto de mecanismos debidamente estructurados para lograr acuerdos que disuelvan el conflicto y posibiliten la acción positiva, mutuamente favorable. La mediación, los acompañamientos, los garantes, las instancias dirimentes son algunos de esos mecanismos, armonizados hasta constituir un método eficiente para que los propios dialogantes determinen los puntos que los enfrentan y los que los unen y, en consecuencia, se pongan de acuerdo en cuestiones básicas.

Acuerdo: la clave del diálogo. Llegar a acuerdos que permitan pasar del debate a la acción a fin de alcanzar objetivos comunes.

El diálogo no es discusión. En el diálogo se aprende a escuchar al otro y a revisar nuestros propios puntos de vista. La discusión intenta imponer al otro nuestra opinión, aunque no tengamos la razón. Ganarle al otro. Derrotarlo como sea. La discusión es el preámbulo de la pelea, y en último término, de la guerra.

Diálogo es comunicación. No en cualquier forma, no la multitud de un estadio gritando todos al mismo tiempo, sino planeada y dirigida para superar obstáculos y pasar a la cooperación.

Vivimos en la sociedad de la comunicación. La gran revolución de la modernidad fue la Revolución Industrial. La de nuestra época es la revolución de las comunicaciones.

La expresión concreta de la comunicación social es el diálogo social. No son palabras bonitas, es la realidad en que nos movemos y actuamos hoy. La tendencia que toma fuerza es la de recurrir a la racionalidad del diálogo cada día con más frecuencia y con mayor decisión. Diversos conflictos de distinta especie se han solucionado o están en vía de solución mediante diálogos. El largo enfrentamiento entre Cuba y Estados Unidos, el de Estados Unidos e Irán, el de Rusia y EE.UU., el de Europa y Grecia, son ejemplos ilustrativos.

Desde luego, están las fuerzas opuestas, las de la imposición y la guerra: la irracionalidad de la guerra. Su táctica es el empecinamiento en aspectos que desvían, entorpecen, enturbian el diálogo atizando resentimientos y odios. Son los enemigos acérrimos del entendimiento, de la convivencia, de la paz: no convienen a sus intereses. No son cualquier clase de enemigos. Poderosos partidarios de la violencia, de la dominación, de la opresión. Cada vez más acorralados por la fuerza de las nuevas realidades, mantienen el poder de la fuerza bruta, de las armas. Ankara, el paramilitarismo colombiano y sus instigadores, la oposición ecuatoriana y la venezolana que reclaman diálogos para luego apelar a la violencia, lo demuestran.

Aún así, la guerra pierde partidarios, solo es el recurso de los sectores más atrasados y oscurantistas. Por encima de todos estos obstáculos, debemos insistir en la iluminación del diálogo.

Es, pese a todo, el mundo de hoy. Y el del mañana.