MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

viernes, 27 de febrero de 2015

“Empresarios de la muerte”

 
Pedro Pierre

Es la expresión que acaba de utilizar el papa Francisco para condenar el tráfico de armas en el mundo. Cuando se piensa que la paz va por fin a llegar en Palestina, en Irak y Siria, en Pakistán, en Libia y África… nuevos frentes de guerra se van abriendo, decenas de muertos están anunciados, entre ellos siempre muchos civiles, y miles y miles de familias que tienen que tomar el camino del exilio. Uno se pregunta, dolorosamente, hasta cuándo.

Además, solo se puede quedar horrorizado frente a las masacres y ejecuciones diabólicas del Estado Islámico: ¿hasta dónde se puede llegar cuando se mata en nombre de la religión? En la historia del cristianismo, los católicos no somos libres de culpas: solo hace falta recordar la invasión española y europea de nuestro continente. Guardémonos de condenar sin más. Busquemos las causas de tal barbarie de ayer y de hoy, porque quien no conoce la historia está pronto a repetirla.

Por esta razón el papa Francisco no se queda en lamentar y condenar. Busca las causas, las muestra del dedo y las califica. Los grandes responsables son los países exportadores de armas: estos son los grandes culpables, porque son, según sus palabras, “empresarios de la muerte”. A la cabeza están Estados Unidos, Rusia, Francia y, no muy lejos en la lista, Brasil. Esto existe porque no hemos sabido protestar, ni sabemos presionar lo suficiente para que se cierren estos cementerios de vidas humanas.

Por otra parte, nos gustan las películas de guerras; unos periódicos se dedican a la morbosidad de publicar hechos de sangre; los niños juegan sin control con juegos de violencia exterminadora; varias de nuestras discusiones se terminan en peleas; ¿cuántas armas diseminadas en las manos de los ecuatorianos? Existe mucho trecho que caminar, primero para tomar conciencia de que estamos todos involucrados en hechos de violencia. No valoramos la fuerza y grandeza de la no violencia. ¿Qué sabemos de los derechos humanos cuyo mayor objetivo es la defensa y promoción de la vida? ¿Qué sabemos de la no violencia activa y colectiva de un Gandhi y de los muchos grupos no violentos que existen en todos los países? ¿Cómo hacemos retroceder entre nosotros el racismo contra los indígenas y los negros, raíz malévola de la violencia? ¿Cómo somos artesanos de paz en nuestro medio, construyendo relaciones, simples relaciones de vecindad amistosa, de escucha benévola, de respeto fraterno, de tolerancia generosa?

¿Habremos entendido bien la historia de Caín que mata a su hermano Abel por mera envidia? En esta envidia, en la ambición de tener y de poder, en ese orgullo de querer ser más que los demás están las raíces de la violencia mortal: desconocer al otro, marginarlo, pisotearlo, eliminarlo. Hoy Caín y Abel son pueblos enteros: unos que se dedican a matar por envidia, ambición y orgullo; y otros, millones, que sucumben al tributo de la muerte injusta. Tiene que sonar nuevamente por nuestras voces y nuestras vidas esta divina pregunta: “¿Dónde está tu hermano?”.

¿Qué hemos hecho con él?