MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

viernes, 19 de septiembre de 2014

LA ACCION PROFETICA DE LAS COMUNIDADES ECLESIALES DE BASE (CEBs) HOY. (1 de 2)


 

Ponencia de Padre Numa Molina S.J. en el Encuentro Nacional de las CEBs de Venezuela

Definición de profeta y profetismo.

Profeta es una palabra derivada del griego profetenein que significa “hablar en nombre de la divinidad”, revelar algo oscuro. De ahí que ejercer el oficio de profetes (anunciador) nunca significa predecir. En la traducción de los LXX la palabra hebrea nabí algunas veces se hace derivar de nabá que significa “brotar”. Mejor es entonces esta derivación de nabá que en asirio significa “anunciar, nombrar” y en árabe “comunicar”. Es, como vemos, un término ligado a la acción de comunicar, transmitir un mensaje importante para un pueblo.

El profetizar se atribuye generalmente a la acción del espíritu de Yavé (1Sam 10,6) “Te invadirá el Espíritu del Señor, te convertirás en otro hombre y te mezclarás en su danza. Cuando te sucedan estas señales, haz todo lo que sea conveniente porque el Señor está contigo”. Al profeta también se le llama “hombre de espíritu” como en Os. 9,7 Llega la hora de la cuenta, llega la hora de la paga, -que se entere Israel-, por tu gran culpa, por tu gran subversión. El profeta es un loco, el hombre inspirado delira. Aclaro que el hebreo nabí tiene el mismo significado fundamental que el griego profetes.

Amós en 7, 10-16, nos revela que en su tiempo existían los profetas de profesión que se ganaban el sustento anunciando la palabra de Dios. Amós niega que él sea profeta o hijo de profeta. Él era un pastor de vacas y agricultor que se dedicaba a cultivar higos. Yavé fue a su encuentro cuando estaba pastoreando su rebaño. Lo que le diferencia de los profetas de profesión es la llamada particular que le hace Yavé. Aunque Amós es respetuoso de aquellos profetas y los considera guías del pueblo suscitados por Yavé no considera que estos profetas recibieran ese encargo de modo particular por parte de Yavé.

Miqueas se distancia de modo enérgico de los profetas de profesión “que declaran la guerra a quien no les llene la boca” (3,5.8).

Había profetas que tanto Miqueas 3,5 como Amós 7,12-13 denuncian como falsos profetas porque se dejaban llevar más del ansia de ganar que del amor a la verdad.

Las afirmaciones anteriores nos iluminan para comprender entonces que profetismo en esta línea es la acción y el movimiento generado por los profetas en contra de la muerte y a favor de la vida. El profeta es alguien que se ha dejado iluminar por el mensaje divino, lo entiende con claridad y lo transmite así a sus oyentes. Por eso los verdaderos profetas fueron constantemente incomprendidos por las sociedades de su tiempo.

Ahora bien, el profeta cristiano hoy, para serlo, tiene que haber pasado por la experiencia mística, que no significa una experiencia exclusiva de una élite espiritual, sino un modo creyente, evangélico de mirar y de interpretar las realidades. Una actitud reverente frente a la Palabra de Jesús para dejar que ella se transforme en préctica en el sujeto que la escucha y la asimila. El profeta es alguien con capacidad de releer los signos de los tiempos en clave de Cristo y desde allí interpretarlos, “La divinidad, por ello, irrumpe y se hace con la presencia del profeta, no tanto para comunicarse con él en la intimidad, sino para hacerle pronunciar su palabra salvífica. Lo decisivo en este tipo de relación no es, por tanto, que Dios se comunica haciéndose sentir, sino que Dios habla para que se hable” (Carlos Domínguez Morano, Místicos y profetas: dos identidades religiosas). El profeta, agrega Domínguez, “es un sujeto que constituye su identidad como ser llamado y convocado… Y si la llamada le aísla de su condición, de su paisaje y de su deseo, el envío le ata y le religa de nuevo al pueblo. Pero ya con una identidad marcada: la del portavoz de una palabra liberadora”.

El profeta es una persona arrojada, en salida como dirá el Papa Francisco, su espacio paradigmático será la plaza, la calle, el mundo.

El profeta no es un fanático, éste, el fanático, habla no como portavoz de la divinidad sino como la misma voz del Absoluto. El profeta en cambio, sabe que Dios lo precede, que es siempre mayor y vive atento a su Palabra de la que se considera solo un transmisor. Conoce y es humilde para aceptar su diferencia entre él y Dios y nunca tiene la osadía de identificarse con la totalidad que Él representa.

Primeras Comunidades proféticas, su vida y sus consecuencias de ser proféticas

El documento de Aparecida al referirse a las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) señala que “Ellas recogen la experiencia de las primeras comunidades, como están descritas en los Hechos de los Apóstoles” mientras que Medellín las reconoció como “una célula inicial de estructuración eclesial y foco de fe y organización” (Med. 15).

Ahora bien, cuando nos remontamos a las primeras comunidades cristianas de Hechos, constatamos que hay un perfil característico que las define como genuinamente cristianas, es decir, que viven según el proyecto de Jesús, que anhelan la realización de un modo de vida donde haya igualdad de oportunidades “para que ninguno pase necesidad” y eso solo se logra poniéndolo todo en común. Que nadie tenga excedentes, los excedentes van a un depósito común y son de todos. Es tan radical que quienes ingresaban sin una verdadera rectitud de intención por vivir la experiencia de la fraternidad eran excluidos de la comunidad no por que se estuviese faltando a la fraternidad sino porque el proyecto de Jesús es inviable con personas que aún no han comprendido la fraternidad como la opción de vida sin la cual es imposible construir el Reinado de Dios. Otra nota resaltante en esa comunidad era la libertad, allí se vivía una espiritualidad liberadora porque, como le dijo Pablo los Gálatas “para ser libres nos ha liberado Cristo” (Gal. 5,1). Los que antes eran esclavos ahora son libres una vez que pasan a formar parte de las comunidades (Film 15, 17).

No quiero seguir abundando en más detalles porque creo que estos dos, la comunión de bienes y la libertad, son suficientes como para comprender la dimensión tan revolucionaria que encarnaban estas nuevas comunidades cuando las estudiamos en el contexto de aquella sociedad, constituida por estratos sociales en los que las personas nacían y morían como una suerte de fatalidad sin remedio.

El tema de la Eucaristía o Cena del Señor es otro elemento a considerar para entender el tema de la inclusión y la igualdad en estas nuevas comunidades: Sucedió que Pablo había dejado un pequeño núcleo de comunidad cristiana en Corinto que se fue acrecentando. Allí en aquella comunidad ingresaban personas de los diferentes estratos de aquella gran ciudad portuaria. Se hacían cristianos los pescadores, artesanos, agricultores y también los empleados públicos o lo que hoy llamaríamos “personas de clase media” Sucedió que Pablo se enteró cómo la reunión para celebrar la Cena del Señor se había convertido en un encuentro de grupos privilegiados que llegaban primero y consumían de sus buenas provisiones y hasta se emborrachaban mientras que los que llegaban de último, que generalmente era la gente que hacía trabajos humildes sometidos a largas jornadas, se tenían que conformar con comerse las sobras y Pablo los amonesta indignado ( 1Cor. 13,17).

Así que el solo imaginar el surgimiento de unos grupos sociales organizados que se llaman COMUNIDADES CRISTIANAS en medio de aquel modelo de sociedad excluyente contiene, a mi modo de ver, un germen profético que se hace denuncia en sí mismo desde dos perspectivas:

1. Que el proyecto de Jesús llamado Reino de Dios no fracasó, está vivo. Es una de las pruebas de que Él está resucitado.

2. Esa vida nueva se hace profética en sí. Las nuevas comunidades cristianas están compuestas por hombres y mujeres “de Espíritu” (son nabí), es decir que hablan de lo viven y viven lo que hablan. En aquel novedoso modo de vivir hay una coherencia entre la palabra y la obra, que se hace profética e incómoda para el “estatus quo”. Ante una sociedad de muerte que había sepultado en vida a una inmensa mayoría por ser pobre, por ser enferma, por ser mujer, por ser viuda, por ser estéril, por ser pecadora, las primeras comunidades cristianas anuncian la vida y la igualdad para todas y todos. Pero simultáneamente con su misma fraternidad a toda costa están denunciando las injusticias y la muerte que aquel sistema generaba. Es necesario hacer notar que el porcentaje más alto de quienes adversaron a las nuevas comunidades cristianas estaba constituido tanto por líderes religiosos como por funcionarios políticos del poder civil. Ambos grupos veían en estos cristianos un peligro inminente para su clase social, para su estatus. La pérdida de privilegios y la mayoría de edad de unas clases, que hasta ese momento se creían destinadas a morir en la periferia pero ahora eran tomados en cuenta como ciudadanos. Este modo de actuar era el mismo del Maestro de Nazaret y los hacían repudiables para los privilegiados de siempre.

La dimensión profética de aquellas nuevas comunidades brota espontáneamente. La primera y más notable característica del auténtico profeta es la incomprensión. El profeta anuncia la vida y los poderes de este mundo apuestan por la muerte. El profeta desenmascara la mentira, la mediocridad, la hipocresía mediante una vida cargada de verdad, de eficiencia, de transparencia. Y todas esas características eran propias de las Primeras Comunidades Cristianas. Después vendría la persecución.

Una nota característica del profeta es que por ser portador de un mensaje de VIDA que no le pertenece y del cual no duda, le es imposible claudicar, está convencido de su autenticidad. Aparece entonces como consecuencia lógica la amenaza, la persecución y la muerte. Eso mismo sucede en colectivo, la primeras comunidades las encontramos a lo largo del Asia Menor semiocultas, empleando lenguajes cifrados y salvando audazmente la vida.