MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

domingo, 17 de agosto de 2014

Un auténtico diálogo que enriquece a ambos



(Is 56,1-7) A los extranjeros que se han dado al Señor los traeré al Monte Santo.
(Rom 11,13-15.29-32) Los dones y la llamada de Dios son irrevocables.
(Mt 15,21-28) ¡Mujer, qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas.

Un auténtico diálogo que enriquece a ambos. No estamos acostumbrados a pensar que Jesús pudiera aprender de los demás y además de una pagana.

Hoy las tres lecturas y hasta el salmo van en la misma dirección: La salvación universal de Dios. El tema de la apertura a los gentiles fue de suma importancia para la primera comunidad. Muchos cristianos judíos pretendían mantener la pertenencia al judaísmo como la marca y seña de la nueva comunicad, conservando la fidelidad a la Ley. Esta postura originó no pocas discusiones entre los discípulos y no se vio nada claro hasta pasado casi un siglo de la muerte de Jesús. Por eso es tan importante este relato.

Mateo relata este episodio inmediatamente después de una violenta discusión de Jesús con los fariseos y letrados, acerca de los alimentos puros e impuros. Seguramente la retirada a territorio pagano está motivada por esa oposición. Jesús viendo el cariz que toman los acontecimientos prefiere apartarse un tiempo de los lugares donde le estaban vigilando. El relato pretende romper con los esquemas estereotipados que algunos cristianos pretendían mantener: Judío=creyente y extranjero=pagano y ateo.

El evangelista no pretende satisfacer nuestra curiosidad sobre un acontecimiento más bien anodino. Quiere dejar claro, que si una persona tiene fe en Jesús, no se puede impedir su pertenencia a la comunidad aunque sea “pagana”. Es un relato magistral que plantea el problema desde las dos perspectivas posibles. En él se quiere insistir tanto en la actitud abierta de los cristianos como en la necesidad de que lo paganos vinieran unas disposiciones adecuadas de reconocimiento y humildad.

La alusión de Jesús a los perros es más dura de lo que pensamos. Los perros son considerados impuros en muchas culturas. La idea que nosotros tenemos de hiena, es lo que más se aproxima a la idea de perro inmundo. Pero hay gran diferencia entre los perros salvajes y los de compañía que pueden ser considerados como de la familia. A esta diferencia se aferra la mujer para salir airosa. Jesús no podía prescindir de los prejuicios que el pueblo judía arrastraba. Era el pueblo elegido, y todos los demás eran perros. Jesús, como buen judío, tenía motivos para no hacer caso a la Cananea; pero nos encontramos con un Jesús dispuesto a aprender, incluso de una mujer y además pagana.

En el AT hay chispazos que nos indican ya la apertura total por parte de Dios a todo aquel que le busca con sinceridad. La primera lectura nos lo confirma: "A los extranje­ros que se han dado a Señor les traeré a mi monte santo". No cabe duda de que Jesús participa de la mentalidad general de su pueblo, que hoy podíamos calificar de racista, pero que, en tiempo de Moisés, fue la única manera de garantizar su supervivencia.

Gracias a que para Jesús la religión no era una programación, fue capaz de responder vivencialmente ante situacio­nes nuevas. Su experiencia de Dios y las circunstancias le hicieron ver que solo puede uno estar con Dios si está con el hombre. Las enseñanzas de Jesús no son más que el intento de comunicarnos su experiencia personal de Dios. Pero para poder comunicar una experiencia, primero hay que vivirla. Jesús, como todo hombre, no tuvo más remedio que aprender de la experiencia.

Jesús toma en serio a la mujer Cananea; no como los discípulos que solo quieren quitársela de encima porque venía molestando. Curiosamente el texto litúrgico quiere suavizar la expresión de los discípulos y dice ‘atiéndela’. Pero el “apoluson” griego significa también despedir, rechazar; exactamente lo contrario. La respuesta de Jesús: “Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”, no va dirigida a los apóstoles, sino a la Cananea. La dureza de la respuesta no desanima a la mujer, sino todo lo contrario. Le hace ver que el atenderla a ella no va en contra de la atención que merecen los suyos.

Por ser auténtico y sincero por ambas partes, el diálogo es fructífero. Jesús aprende y la cananea también aprende. Se produce el milagro del cambio en ambos. Lo que en este relato resalta de Jesús, es su capacidad de reacción. A pesar de su actitud inicial, sabe cambiar en un instante y descubrir lo que en aquella mujer había de auténtica creyente. Jesús descubre que esa mujer, aparentemente ajena al entorno de Jesús, tiene más confianza en él que los más íntimos que le siguen desde hace tiempo.

En el diálogo con esta mujer, Jesús es capaz de cambiar su actitud porque la Cananea demuestra una sensibilidad mucho mayor de la que muestra Jesús. De ella aprendió Jesús que debía superar sus prejuicios racistas. Aprendió que hay que proteger ante todo a los débiles; una idea femenino-maternal. Le sorprendió la confianza absoluta que en él tenía aquella mujer; otro valor típicamente femenino. Lo que más maravilla en el relato es la capacidad de Jesús de aceptar, es decir, hacer suyos los valores femeninos que descubre en aquella mujer. Jesús descubre su "anima" y la integra.

La mujer representa a todos los que sufren por el dolor de un ser querido al que no pueden ayudar. La profunda relación entre madre e hija impide delimitar donde empieza el problema de su hija. La madre es también parte del problema; de hecho le dice; socórreme. La enfermedad de la hija no es ajena a la actitud de la madre, tienen relación directa y curar a la madre supone curar a la hija. Los problemas sicológicos de la hija nos hace pensar en problemas de relación materno-filial. Cuando la madre se encuentra a sí misma con la ayuda de Jesús, empieza a solucionarse el problema de la hija.

Los cristianos hemos heredado del pueblo judío el sentimiento de pueblo elegido y privilegiado. Estamos tan seguros de que Dios es nuestro, que damos por sentado que el que quiera llegar a Dios tiene que contar con nosotros. Esta postura que nos empeñamos en mantener, es tan absurda y está tan en contra del evangelio de Jesús, que me parece hasta ridículo tener que desmontarlo. Dios es de todos, y todos y cada uno de los seres humanos son igual de valiosos para Él. El que se crea otra cosa está ante su propio ídolo.

Juzgar y condenar en nombre de Dios a todo el que no pensaba o actuaba como nosotros, ha sido una práctica constante en nuestra religión a través de dos mil años de existencia. Va siendo hora de que admitamos los tremendos errores cometidos por actuar de esa manera. Debemos reconocer, que Dios nos ama a todos, no por lo que somos, sino por lo que Él es. Esta simple verdad bastaría para desmantelar todas nuestras pretensiones de superioridad y como consecuencia, todo atisbo de intolerancia y rechazo.

El mensaje de este texto, para nosotros, es que ser cristiano es acercarse al otro necesitado, superando cualquier diferencia de edad, de sexo, cultura o religión. El prójimo es siempre el que me necesita. Los cristianos no hemos tenido, ni tenemos esto nada claro. Nos sigue costando demasiado aceptar a “otro”, y dejarle seguir siendo diferente; sobre todo al que es “otro” por su religión. Tenemos que aprender del relato, que el que me necesita es el débil, el que no tiene derechos, el que se ve excluido. También en este punto está la lección sin aprender.

También debemos aceptar, como la Cananea, que muchas de las carencias de los demás, se deben a nuestra falta de compromiso con ellos. Sobre todo en el ambiente familiar, una relación inadecuada padres-hijos e hijos-padres, es la causa, en la mayoría de los casos, de las tensiones y mal comportamiento del otro. Muchas veces, la culpa de lo que son los hijos la tienen los padres por no ponerse e su lugar e intentar comprender sus puntos de vista. El acoger al otro con cariño y comprensión podía evitar muchísimas situaciones que pueden llegar a ser crónicas y por lo tanto enfermizas.