MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

domingo, 13 de octubre de 2013

La fe cura, la fidelidad salva.

(2 Re 5,14-17) Reconozco que no hay Dios en toda la tierra más que el de Israel.
(2 Tim 2,8-13) La palabra de Dios no está encadenada.
(Lc 17,11-19) ¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve ¿donde están?
 
La fe cura, la fidelidad salva. Tenemos al alcance de la mano todo lo que necesitamos para salvarnos, pero podemos no aprovecharlo.
 
Una vez más se nos recuerda el texto que Jesús va de camino hacia Jerusalén, donde se enfrentará al templo, lo que le llevará a la muerte y a la plenitud como ser humano en la entrega total. En esa subida se va haciendo presente la salvación, no solo al final del camino como nos han hecho creer. Jesús sale al encuentro de los oprimidos y esclavizados de cualquier clase. Se preocupa de todo el que encuentra en su camino y tiene dificultades para ser él mismo. Sin la compasión de Jesús, el relato sería imposible.
 
Dice un proverbio oriental: cuando el sabio apunta a la luna, el necio se queda mirando al dedo. Al seguir empleando títulos de relatos como: la oveja perdida, el hijo pródigo, los diez leprosos, etc., nos quedamos en el dedo y no descubrimos la luna a la que apuntan. Hoy el relato los debíamos llamar: de diez leprosos curados uno se salva. En el relato vemos con toda claridad que la fe abarca no solo la confianza, sino la respuesta, fidelidad. Es la respuesta que completa la fe que salva. La confianza cura, la fidelidad salva. Mientras el hombre no responde con su propio reconocimiento y entrega, no se produce la verdadera liberación. Una vez más queda cuestionada nuestra fe.
 
El protagonista es el que volvió. La lepra era el máximo exponente de la marginación. La lepra es una enfermedad contagiosa que era un peligro para la sociedad entera. Pero al no tener clara la diferencia entre lepra y otras infecciones de la piel, se declaraba lepra cualquier síntoma que pudiera dar sospecha de esa enfermedad. Muchas de esas infecciones se curaban espontáneamente y el sacerdote volvía a declarar puro al enfermo. A esta manera de actuar tan lesiva, Jesús quiere oponer una fe-confianza que debe cambiar también la actitud de la sociedad. Al tomar como referencia la salvación del samaritano, está resaltando la universalidad de la salvación de Dios; pero sobre todo está criticando la idea que los judíos tenían de una relación exclusiva y excluyente con Dios.
 
No tiene por qué tratarse de un relato histórico. Los exegetas apuntan más bien, a una historia encaminada a resaltar la diferencia entre el judaísmo y la primera comunidad cristiana. En efecto, el fundamento de la religión judía era el cumplimiento de la Ley. Si un judío cumplía la Ley, Dios cumpliría su promesa de salvación. En cambio, para los cristianos, lo fundamental era el don gratuito e incondicional de Dios; al que se respondía con el agradecimiento y la alabanza. “Se volvió alabando a Dios y dando gracias”. Tenemos datos más que suficientes para afirmar que la liturgia de las primeras comunidades estaba basada toda ella en la acción de gracias (eucaristía) y la alabanza divina.
 
Distinguimos 7 pasos: 1º.- Súplica profunda y sincera. Son conscientes de su situación desesperada y descubren la posibilidad de superarla. “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. 2º. - Respuesta indirecta de Jesús. “Id a presentaros a los sacerdotes”. Ni siquiera se habla de milagro. 3º.- confianza de los diez en que Jesús puede curarlos. “Mientras iban de camino” 4º.- en un momento del camino quedan limpios. 5º.- Reacción espontánea de uno. “Viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios y dando gracias”. 6º.- Sorpresa de Jesús, no por el que vuelve, sino por los que siguieron su camino. “Los otros nueve, ¿dónde están? 7º.- Confirmación de una verdadera actitud vital que permite al samaritano alcanzar mucho más que una curación. “Levántate, vete, tu fe te ha salvado”.
 
En este relato encontramos una de las ideas centrales de todo el evangelio: La autenticidad, la necesidad de una religiosidad que sea vida y no solamente programación y acomodación a unas normas externas. Se llega a insinuar que las instituciones religiosas pueden ser un impedimento para el desarrollo integral de la persona. Todas las instituciones tienden a hacer de las personas robots, que ellas puedan controlar con facilidad. Si no defendemos nuestra personali­dad, la vida y el desarrollo individual termina por anularse. El ser humano, por ser a la vez individual y social, se encuentra atrapado entre estos dos frentes: la necesidad de las instituciones, y la exigencia de defenderse de ellas para que no lo anulen.
 
Solo uno volvió para dar gracias. Solo uno se dejó llevar por el impulso vital. Los nueve restantes (se supone que eran judíos), se sintieron obligados a cumplir lo que mandaba la ley: presentarse al sacerdote para que le declarara puro y pudieran volver a formar parte de la sociedad. Para ellos, volver a formar parte del organigrama religioso y social, era la verdadera salvación. Los nueve vuelven a someterse al cobijo de la institución; van al encuentro con Dios en el templo en los ritos. El Samaritano creyó más urgente volver a dar gracias. Fue el que acertó, porque, libre de las ataduras de la Ley, se atrevió a expresar su vivencia profunda. Este encuentra la presencia de Dios en Jesús. Es más importante responder vitalmente al don de Dios, que el cumplimiento de unos ritos externos.
 
La verdadera salvación para el leproso llega en el reconocimiento y agradecimiento del don. Los otros nueve fueros curados, pero no encontraron la verdadera salvación; porque tenían suficiente con la liberación de la lepra y la recuperación del entramado religioso. Estamos ante la disyuntiva: salvación material o salvación espiritual. Sin darnos cuenta nos sentimos inclinados a buscar la salvación en las seguridades y a conformarnos con ella. Incluso no tenemos ningún reparo en meter a Dios en nuestra propia dinámica y convertirle en garante de la salvación que nosotros buscamos, la material.
 
El cumplimiento de una norma solo tiene sentido religioso cuando estamos de verdad motivados desde el convencimiento. Jesús no dio ninguna nueva ley, solo la del amor, que no puede ser nunca un mandamiento. Ese valor relativo que Jesús dio a la Ley, le costó el rechazo frontal de todas las instancias religiosas de su tiempo. Jesús tuvo que hacer un gran esfuerzo por librarse de todas las instituciones que en su tiempo como en todo tiempo, intentaban manipular y anular a la persona. Para ser él mismo, tuvo que enfrentarse a la ley, al templo, a las instancias religiosas y civiles, a su propia familia. Incluso una institución tan básica como la familia puede anular a la persona e impedirle que sea ella misma.
 
El seguimiento de Jesús es una forma de vida. La vida escapa a toda posible programación que le llegue de fuera. Lo único que la guía es la dinámica interna, es decir, la fuerza que viene de dentro de cada ser y no el constreñimiento que le puede venir de fuera. La misma definición de Aristóteles lo expresa con toda claridad. Vida = "motus ab intrinseco". No basta el cumplir escrupulosamente las normas, como hacían los fariseos, hay que vivir la presencia de Dios. Todos seguimos teniendo algo de fariseos.
 
Un ejemplo puede aclararnos esta idea. Cuando se vacía una estatua de bronce, el bronce líquido se amolda perfectamente a un soporte externo, el molde; la figura puede salir perfecta en su configuración externa, solo le falta una cosa, la vida. Eso pasa con la religión; puede ser un molde perfecto, pero acoplarse a él, no es garantía ninguna de vida. Y sin vida, la religión se convierte en un corsé, cuyo único efecto es impedir la libertad. Todas las normas, todos los ritos, todas las doctrinas son solo medios para alcanzar la vida espiritual.
 
Al celebrar la misa, no sé si somos conscientes de que “eucaristía” significa acción de gracias. Además, en ella repetimos más de quince veces “Señor ten piedad”, como los diez leprosos. La gloria es reconocer y agradecer a Dios lo que Él es. El evangelio de hoy tenía que ser un acicate para celebrar conscientemente esta eucaristía. Que de verdad sea una manifestación comunitaria de agradecimiento y alabanza. Antiguamente tenía gran importancia litúrgica la celebración de las Témporas en los primeros días de Octubre. Eran unos días de acción de gracias que tenían mucho sentido para la gente sencilla. Al finalizar la recolección de los frutos, se le daba gracias a Dios por todos sus dones.