MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

lunes, 2 de septiembre de 2013

¿Estamos despiertos o preferimos continuar adormecidos?

Siguiendo los pasos del Papa Francisco en su reciente viaje a Brasil, todos hemos podido sentir la admiración y el asombro que suscitan sus gestos y sus palabras.  Pero según la opinión de varios expertos,  entre ellos el P. Lombardi,  además del significado de la JMJ como tal y la importancia de cada uno de los momentos tan significativos que se han vivido en Río de Janeiro, ha habido dos pronunciamientos de primer orden para la vida de la Iglesia en nuestro tiempo: el discurso del Papa a la Coordinadora General del CELAM y sus palabras en el encuentro con los Obispos brasileños.
 
Estos documentos  estarían llamados a marcar un antes y un después en la vida de la Iglesia.  He leído los dos discursos, y comparto plenamente la valoración anterior. Ante los planteamientos que hace el Papa en esas dos ocasiones, ningún miembro consciente de la Iglesia puede quedar de brazos cruzados esperando pasivamente a que el Papa siga diciendo y haciendo cosas. Mucho menos si se trata de sacerdotes o religiosos/as; y sería inconcebible que hubiera obispos haciéndose el sordo a los reclamos de conversión vital y pastoral que en esos documentos se formulan.
 
¿Cómo no sentir que el viento fuerte del Espíritu está sacudiendo mentes y conciencias adormiladas?  ¿Cómo no reaccionar ante estas llamadas estimulantes, si todavía nos queda un mínimo de sensibilidad evangélica y eclesial?  Después de estos meses, prestando atención a los gestos del Papa Francisco y siguiendo sus homilías en las misas de la Residencia de Santa Marta, uno llega a la conclusión de que nos encontramos en un momento especialísimo de la historia de la Iglesia. Un momento único y crucial, con posibilidades inéditas de renovación evangélica, no sólo a nivel personal sino también en lo institucional.
 
El Papa Francisco está haciendo realidad eso que hasta un tiempo atrás parecía imposible. Nunca se había podido ni soñar, y mucho menos pensar,  que un Papa iba a plantear, con tanta claridad y con tanta contundencia como lo acaba de hacer el Papa Francisco, la necesidad de entrar de lleno en la conversión pastoral y de abordar la reforma de las estructuras eclesiales caducas, aquí y ahora. En el mencionado discurso a los obispos del CELAM, al hablar de la Misión Continental no sólo como un conjunto de actividades sino como actitud permanente y nueva, les dice y nos dice a todos:  “Evidentemente aquí se da, como consecuencia, toda una dinámica de reforma de las estructuras eclesiales. El “cambio de estructuras” (de caducas a nuevas) no es fruto de un estudio de organización de la planta funcional eclesiástica, de lo cual resultaría una reorganización estática, sino que es consecuencia de la dinámica de la misión. Lo que hace caer las estructuras caducas, lo que lleva a cambiar los corazones de los cristianos, es precisamente la misionariedad.” 
 
Y, ¿cuándo se habían podido escuchar unas orientaciones como las que ha dado el Papa Francisco, diseñando la figura del Obispo, tal como lo sueñan las gentes en nuestro tiempo?  En la misma ocasión ya mencionada, y dirigiéndose a quienes de alguna manera confeccionan las primeras listas de los posibles obispos, les dijo: Quisiera añadir aquí algunas líneas sobre el perfil del Obispo que ya dije a los Nuncios en la reunión que tuvimos en Roma.
 
  • El Obispo debe conducir, que no es lo mismo que mandonear.
  • Los Obispos han de ser Pastores, cercanos a la gente, padres y hermanos, con mucha mansedumbre; pacientes y misericordiosos.
  • Hombres que amen la pobreza, sea la pobreza interior como libertad ante el Señor, sea la pobreza exterior como simplicidad y austeridad de vida.
  • Hombres que no tengan “psicología de príncipes”.
  • Hombres que no sean ambiciosos y que sean esposos de una Iglesia sin estar a la expectativa de otra.
  • Hombres capaces de estar velando sobre el rebaño que les ha sido confiado y cuidando todo aquello que lo mantiene unido: vigilar sobre su pueblo con atención sobre los eventuales peligros que lo amenacen, pero sobre todo para cuidar la esperanza: que haya sol y luz en los corazones.
  • Hombres capaces de sostener con amor y paciencia los pasos de Dios en su pueblo.
  • Y el sitio del Obispo para estar con su pueblo es triple: o delante para indicar el camino, o en medio para mantenerlo unido y neutralizar los desbandes, o detrás para evitar que alguno se quede rezagado, pero también, y fundamentalmente, porque el rebaño mismo tiene su olfato para encontrar nuevos caminos. No quisiera abundar en más detalles sobre la persona del Obispo, sino simplemente añadir, incluyéndome en esta afirmación, que estamos un poquito retrasados en lo que a Conversión Pastoral se refiere. Conviene que nos ayudemos un poco más a dar los pasos que el Señor quiere para nosotros en este “hoy” de América Latina y El Caribe. Y sería bueno comenzar por aquí. (cfr. Discurso al Comité de Coordinación del CELAM)
 
Ante orientaciones  tan claras y tan evangélicas como las que recibimos del Papa Francisco,  ¿a qué esperamos para pronunciarnos, para “armar lío” del bueno? Todos necesitamos convertirnos; no  sólo una vez, sino continuamente. Hace unos días, hablando con un misionero de África, surgió una idea que puede transformarse en iniciativa providencial.  “En estos momentos nadie debería quedarse indiferente frente a las propuestas luminosas del Papa Francisco. ¿No sería posible crear, entre los sacerdotes y entre los cristianos interesados en la vida de la Iglesia, espacios abiertos o pequeños foros informales de amigos-compañeros, en los que cada uno pudiese manifestar las resonancias que la actuación y las palabras del Papa Francisco están produciendo?”  Esta fue la inquietud sembrada en el momento. Es evidente que la propuesta no se dirige a los organismos diocesanos ni al Obispo, para organizar una asamblea diocesana de reflexión y de estudio sobre las nuevas orientaciones del Papa.
 
Creo sinceramente que, antes o después, en cada diócesis debería hacerse algo de eso. Y resultaría muy lamentable que no se hiciera; sería señal de que el embotamiento de la mente y del corazón habría llegado al límite. Pero ahora no se trataría de una convocatoria oficial. El asunto es mucho más sencillo. Sería cuestión de que cada uno de nosotros hiciera lo posible para encontrarse con otros dos, tres, cinco o más compañeros sacerdotes, religiosos o laicos; y, tomando como base el discurso del Papa a los responsables del CELAM y a los Obispos de Brasil, pudieran compartir sus respuestas a dos sencillas preguntas:
1ª.- ¿Cuál es el eco que las palabras del Papa Francisco suscitan en nosotros? 
2ª.- ¿Qué sugerencias se nos ocurren para la renovación de la Iglesia y para llevar a cabo la
        nueva evangelización en nuestros ambientes? 
 
Hay que dar tiempo al tiempo. Pero, si de verdad queremos que vayan adelante las propuestas de transformación que trae el Papa Francisco, es muy importante que todos nos arriesguemos a dar  pasos como éste u otros parecidos. Va a ser absolutamente necesario. Que el Espíritu del Señor nos acompañe de continuo en esta andadura nueva y desafiadora.
 

Fausto Franco
Zaragoza, agosto de 2013