MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

viernes, 3 de mayo de 2013

Ante el Crucificado una lectura desde las Víctimas privadas de Libertad

Como todas las semanas, entraba al Centro Penitenciario Femenino (CPF) aunque ahora no iba a trabajar únicamente con el grupo de mujeres migrantes que visitamos desde hace alrededor de un año. Ahora, la “capellana” del Centro (una monja extraordinaria) me había pedido animar una especie de “retiro” de Viernes Santo para todas las mujeres “internas” que desearan participar. Llegaron alrededor de 50 mujeres.

Intentando superar la vieja costumbre de intentar “explicar” “victoriosamente” la cruz de Jesús disociada por completo de su historia, de su proyecto, del compromiso empírico de su libertad y de los conflictos político-religiosos que desencadenaron sus opciones de vida, propuse un ejercicio básico previo. Inspirado en el método de lectura popular propuesto por Frei Carlos Mesters, les propuse a las mujeres que rezáramos colectivamente en torno a la historia de Jesús de Nazaret y su opción radicalmente concreta por los/as repudiados/as y desgraciados/as de su tiempo. Después de una breve introducción a la lectura, leímos comunitariamente el encuentro entre Jesús y el Zaqueo (Lc 19, 1-10).

Todas/os intentamos focalizar nuestra atención sobre la actitud de Jesús con Zaqueo. Recuerdo el predominio de dos comentarios en el grupo. En primer lugar -dijo una de ellas- “Jesús no discrimina” y, por tanto, “Jesús quiso voluntariamente ir a quedarse en casa de un ladrón público” en desmedro de todas las otras posibilidades que se le ofrecían. En segundo término, Jesús fue a encontrarse con Zaqueo a fin de que este hombre marginado y excluido “reflexionara sobre su proceder y cambiara de vida”, señaló otra mujer de alrededor de setenta años con mucha precisión.

Terminada esta primera aproximación al evangelio, transitamos hacia el momento más importante. Se trataba ahora de conectar el evangelio con la vida real y concreta de estas mujeres. Entonces, les propuse tomar lápiz y papel y escribir personalmente una lista con aquellas mujeres rechazadas y despreciadas públicamente por nosotras en los patios en que sobrevivimos a diario. Allí comenzó la tensión. Unas se quejaban que estábamos juzgando. Otras, temían posibles represalias ante el ejercicio propuesto. Así y todo insistí. No se trataba de juzgar a nadie sino de reflexionar acerca del estilo de vida que llevamos al interior de la cárcel a la luz de la praxis histórica que hemos visto en Jesús de Nazaret. Por lo demás, no estaba permitido colocar nombre alguno. Finalmente, nos aventuramos a realizar el ejercicio. Casi todas lo hicieron. Terminado el trabajo personal, comenzó la reflexión colectiva de esta realidad. Los frutos son tan ciertos como estremecedores…

Comenzaron a pasar adelante una por una diciendo…
“En nuestro patio son discriminadas públicamente…
las extranjeras y migrantes que lavan la ropa y no se les paga lo prometido,
las “voladas” (drogadictas),
las “pastilleras” (que consumen pastillas para drogarse),
las alcohólicas,
 las atrevidas e
histéricas,
las "cabos" de gendarmería (policía carcelaria),
las “domésticas” (aquellas explotadas en oficios cotidianos por sus mismas compañeras a costa de violencia física),
las "sin visita",
las "sin encomienda",
las "sin plata",
las "perkins" (aquellas “calladitas y que no saben defenderse”),
las "cuicas" (aquellas que parecen tener “más educación”),
las "percudidas" (aquellas que se jactan de tener ropa de marca),
las "sin familia",
las que no se acuerdan de sus hijos,
las ladronas,
las lesbianas....."

Este fue, más o menos, el análisis colectivo de las cincuenta mujeres con quienes intentábamos escudriñar la propuesta de Jesús de Nazaret y de su reino para esta realidad. Tras compartir muchas de ellas, volvimos una vez más a leer el Evangelio. Las consecuencias fueron sencillas e impactantes. Un compañero de trabajo inmediatamente señaló; “si tuviéramos que actualizar el evangelio leído tendríamos que imaginar a Jesús de Nazaret entrando en nuestros patios y buscando precisamente a las migrantes, las “voladas”, las “pastilleras”, las alcohólicas, las atrevidas e histéricas, las "cabos" de gendarmería, las “domésticas”, las "sin visita", las "sin encomienda", las "sin plata", las "perkins", las "cuicas", las "percudidas", las "sin familia", las que no se acuerdan de sus hijos, las ladronas, las lesbianas....para decirle a todas ellas; mujer ábreme la puerta…hoy me vengo a quedar contigo en tu celda”.

En ese momento hubo silencio absoluto. Estábamos impresionados por la radicalidad de la vida de Jesús de Nazaret y lo difícil que es seguirlo precisamente allí donde “reina la muerte” y el desprecio. Las mujeres esperaban de mí una respuesta que evidentemente no tenía. Sólo conseguí balbucear dos convicciones. La primera; quien tenga el arrojo de decirse “seguidor/a de Jesús” ha de ser reconocido/a no por cuántas veces viene a estos retiros sino por cuán semejante son sus prácticas con las prácticas de Jesús de Nazaret y su reino. La segunda idea era una pregunta. Viendo nuestra realidad a la luz del evangelio, ¿estamos dispuestas a adoptar algún tipo de compromiso con las prácticas de solidaridad, fraternidad y amor universal de Jesús? Y empezaron a correr algunos pocos compromisos. Habremos hablado unas quince de las cincuenta personas.

“Hoy volveré al patio, pediré perdón y me reconciliaré con mi vecina de cuarto con quien me peleé”,
“intentaré controlar mis impulsos y ser menos violenta con mis compañeras”,
“me acercaré a las despreciadas que hay en mi patio e intentaré compartir con ellas”,
“compartiré el desayuno con quien “no tiene”,
“me acercaré a los considerados “lentos y tontos” en mi trabajo e intentaré aprender de ellos”,
“me aproximaré a los “olvidados” de mi comunidad y compartiré primeramente con ellos”

…fueron algunos de los compromisos. Tengo que confesar que se me “conmovieron las entrañas” al ver lo que la vida de Jesús de Nazaret fue capaz de generar en medio de un contexto donde reina la muerte. Acabamos rezando colectivamente un Padre Nuestro pidiendo la gracia de seguir a Jesús aquí, en los infiernos de la privación de libertad y de la muerte de muchas. Al despedirnos compartí con ellas una última certeza; si de las quince que aparentemente nos hemos comprometido con la propuesta de Jesús, una, sólo una de nosotras consigue realizarlo en su patio, el reinado de Dios estará más cerca que hoy.

Tengo ante mis ojos muchos de los listados con las innumerables hermanas despreciadas en el mundo carcelario. Todas ellas serán presentadas en la vigilia pascual donde pediremos
una vez más que el Reino venga hasta aquí, hasta los infiernos de este mundo.

Enrique Alvear, SJ