Ya
se nos escapa el tiempo de Navidad pero me ha llegado este escrito de Jon
Sobrino y quiero compartirlo contigo. Quiero que sea Navidad todo el año porque
DIOS CON NOSOTROS ESTÉ SIEMPRE...
ESTÁS EN MI ORACIÓN Y EN MI CORAZÓN
Jon
Sobrino. 24 de diciembre, 2010
Iglesia
de El Carmen, Santa Tecla
Las tradiciones navideñas de nuestros días, Santa
Claus, luces, árboles, consumo, no tienen nada que ver con las tradiciones de
Isaías y de Lucas alrededor del nacimiento de Jesús. Son tradiciones de
justicia, consuelo y shalom. Dios no llega a nosotros desde la pompa y la
diversión barata, sino que, como dice don Pedro Casaldáliga, “Dios continúa entrando por abajo”. Eso hace
difícil hablar de navidad. Pero siempre queda la esperanza de que la palabra de
Dios nos ilumine y nos anime para hablar del Jesús que nace y viene a nosotros,
y que tiene muchas cosas en contra. Brevemente voy a mencionar cinco cosas que
para mí están en el fondo de la navidad.
Justicia. No se suele hablar de ella en
navidad. Todo el mundo sabe que hoy sigue siendo muy necesaria y muy claro lo
que significa. Pero está trivializada y maquillada. El comercio y el mercado no
conocen la justicia. Ni la mencionan. Se apoderan del dinero de los pobres y
adormecen a todos. Incluso en las iglesias pareciera que "denunciar la
injusticia y pelear contra ella es cosa del pasado". Pero no hay verdadera
navidad sin hablar de justicia e injusticia. En adviento, precisamente porque
Dios se está acercando, el profeta Isaías nos conmina: "Abran camino a Yahvé. Que todo valle sea elevado y que todo
monte y cerro sea rebajado".
+ Que reine la igualdad y quede desterrada la
opresión. Con las "lanzas" -armas de guerra-, hagan “cumas” -instrumentos
de paz- para trabajar la tierra.
+ Que reine el trabajo y quede desterrado el
despotismo del capital. En estos días navideños acabamos de leer una palabra
que condena la injusticia. Es palabra que viene de lejos pero que suena
cercana. El Padre Ángel Olarán, misionero de Guipúzcoa, la tierra de san
Ignacio de Loyola, de 73 años, ha pasado 40 años en el África oprimida y
reprimida. Estos días ha denunciado, con solemnidad y vigor, “el abuso
económico, social, cultural, político e incluso religioso del ‘Primer mundo’
sobre el ‘Tercero’”. Y concluye: “un mundo que se enriquece de los que no
tienen es diabólico”. Y también a la Iglesia le dirige una palabra: “Quizás
la muerte de miles de personas por hambre sería más motivo de excomunión que
otras cosas, anticonceptivos, abortos, matrimonios gay”.
El niño que nace, inocente e
indefenso, nos exige practicar la justicia.
Consuelo. Sin muchas expectativas de vida
digna, a no ser lejos de su tierra, los pobres, los que emigran, necesitan
consuelo. Con los ojos puestos en esos desterrados, hemos leído en Isaías esta
exigencia de Dios: "Consuelen, consuelen a mi pueblo". Cuánta falta
hace hoy el consuelo para los afligidos. Y qué poco se ve de ese consuelo
hondo, más allá de la palabrería barata. También en El Salvador hubo un
Isaías que consolaba a su pueblo: "Verán, queridos hermanos, como
regresarán los refugiados… Verán cómo tanta sangre se tornará en vida… Verán
cómo sobre estas ruinas brillará la gloria del Señor".
Utopía, sí. Pero era la de Monseñor Romero.
Sólo con la credibilidad que se gana con un
amor sin fingimiento y con la decisión de correr riesgos -hasta de la vida- se
puede anunciar la utopía que consuela. Fue el secreto de Monseñor. No
resolvió problemas, pero trajo consuelo a los
corazones. No es fácil llevar consuelo a los afligidos, pero es
necesario.
Shalom. Es paz y es más que paz. Los ángeles que se
aparecieron a los pastores cantaron: "Gloria a Dios en las alturas, y en
la tierra paz a los hombres de buena voluntad". San Lucas escribía en
griego y, por eso, para hablar de paz usó la palabra eirene que significa
ausencia de violencia, ausencia de guerra… Todo ello, bueno y necesario. Pero
la palabra hebrea es shalom, el bienestar de
los seres humanos basado en la justicia y la verdad, que fructifica en
fraternidad y gozo. Y nada tiene que ver con la pax romana, el
sometimiento resignado que exigen los imperios, ayer como hoy. Los salmos nos
recuerdan que "la paz y la justicia se besan". Si no ponemos manos a
la obra de construir justicia, no hablemos de paz, De este shalom poco o nada
nos dicen hoy. Algo de ello -ojalá mucho- aparece en las celebraciones
navideñas caseras: el gozo de reunirse en
familia, a veces incluso con signos de reconciliación. La cena de navidad,
familiar, sincera y sencilla, es el mejor “nacimiento”, con figuras de carne y
hueso, que mantiene a Jesús presente en nuestra historia. Ese Jesús se hace
presente en el tejido social, bien tramado por amistad y lealtad. Y
ojalá llegue el día del gran shalom: que los pueblos del norte coman junto con
los de Africa, Asia América Latina.
Jesús de Nazaret. Por increíble que parezca, no se
suele mencionar mucho a Jesús de Nazaret en estos días de navidad. Los supermercados
no saben que hacer con él. Con frecuencia, incluso las iglesias no pasan del
"niño Dios", sin insistir en que ese niño creció y llegó a ser el
Jesús que salió de su casa, fue al Jordán a
escuchar a Juan y apareció junto con el pueblo para ser bautizado.
Es el Jesús que anunció a los pobres la venida del
reino, sintió compasión por ellos hasta revolvérsele las entrañas, los sanó,
los defendió de sus opresores y se enfrentó con éstos.
Es el Jesús que, por ello, fue ejecutado.
Y es el Jesús a quien el Padre no dejó morir para
siempre. El verdugo no triunfó sobre la víctima.
Esto suele estar ausente estos días, pero está
presente en los relatos navideños de los evangelios. En el Magnificat, María
preanuncia a Jesús y reza a Dios como él: "Derribó
a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los
ricos sin nada". El anciano Simeón proclama con gozo que ya puede
morir en paz, pues "sus ojos han visto al
salvador que iluminará a todos los pueblos", y añade que será "señal de contradicción" a fin de
que "queden al descubierto las intenciones de muchos corazones". Unas
buenas gentes llegan de lejos para ponerse a su servicio, mientras Herodes
"manda matar a todos los niños de Belén y de toda su comarca de dos años
para abajo". Este es un relato increíble en tiempos de navidad, y muy poco
tomado en serio. Es una leyenda piadosa entonces, y ahora es realidad cruel en
el centenar de niños asesinados en El Mozote, y en los niños que mueren en el Congo
escarbando coltán para las multinacionales del norte.
Ese Jesús no ofrece soluciones, ni resuelve ningún
problema. Pero ha introducido un impulso que ha llegado hasta nosotros para
promover siempre justicia, consuelo y shalom. Lo fundamental de esta noche es
que Jesús nos hace una pregunta : “Ustedes, ¿quieren vivir así, quieren ser
así?”.
Nosotras y nosotros. Dios en nuestras manos. Cuando Dios
quiere no ser sólo Dios surge Jesús de Nazaret. Surgimos nosotros, hombres y
mujeres, pipiles y mayas, judíos y árabes, españoles y latino y
norteamericanos. Poco entendemos de los relatos de navidad si no nos hacen
pensar qué somos en verdad. Sabemos de lo bueno y de lo malo de que somos
capaces. Conocemos nuestras posibilidades y nuestras limitaciones. Pero se nos
puede escapar lo más hondo, y navidad lo vuelve
a poner en su sitio: en un ser humano se ha hecho presente Dios, el misterio de
Dios.
"En Jesús ha
aparecido la benignidad de Dios", dice la carta a Tito. Leonardo
Boff, hablando de Jesús de Nazaret, escribió: "así de humano sólo puede
ser Dios". Y Monseñor Romero, pocos días antes de su entrega, cuando ya no
sabía qué decir para mover a la solidaridad con el pueblo sufriente, dijo
simplemente: “que no se olvide que somos hombres”. Habló de la
sublimidad, la "divinidad" digamos hoy, de lo humano. Allí donde hay
un gran amor, allí está Dios. Allí donde nace un gran amor, allí empieza Dios a
caminar en la historia con nosotros. Estos días, el 2 de diciembre, nos lo han
vuelto a recordar cinco mujeres de Estados Unidos, religiosas y mártires, que
hace treinta años entregaron su vida por este pueblo. Nos lo recuerda el Padre
Dean Brackley en un cuaderno que ha titulado “Cinco testigas solidarias:
Dorothy, Jean, Carla, Ita y Maura”. Cada quien sabrá qué piensa -o no piensa-
del misterio del ser humano, de ser hombre y ser mujer sobre esta tierra. Navidad nos invita a pensarnos desde el misterio de
Dios. Y esta audacia está posibilitada por una audacia mayor: Dios
tiene que ser pensado desde lo humano, porque, antes, decidió
"empequeñecerse" y mostrarse en un ser humano como nosotros, Jesús de
Nazaret. La transcendencia se hizo transdescendencia para poder llegar a
ser condescendencia. Y digamos también que Dios no hace milagros. Ha tenido el
humor de dejar su futuro en nuestras manos. Ese sí es milagro.
Terminamos como empezamos con la fe de don Pedro
Casaldáliga: “Todo puede ser mentira, menos la verdad de que Dios es Amor y de
que toda la Humanidad es una sola familia”
Hermanas y hermanos de El Carmen. Éste es el
mensaje de navidad. Estemos alegres.