MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

miércoles, 3 de octubre de 2012

Ay de vosotros, ricos, que habéis matado a Cristo

Pocas veces se han dicho en la historia palabras más fuertes sobre la riqueza y el riesgo que ella implica para aquellos que la tienen, pues se oponen a Dios, destruyéndose a sí mismos, y oprimiendo a los pobres, de manera que ellos son los que han matado a Cristo. 

Estas palabras provienen de la Carta de Santiago, que retoma y comenta la más fuerte profecía del Antiguo Testamento y de Jesús (Lc 6, 21-24), cuando nos dice “bienaventurados los pobres… (ay de vosotros los ricos), sacando unas conclusiones que nunca se habían sacada previamente, y que resultan esenciales en estos momentos de inmensa crisis (2012), que nace precisamente de la codicia asesina de los ricos.
 
Éstas son palabras “de raza”, que brotan de la tradición de Amós y de Isaías, de los profetas de la ira de Dios que lanzan su dardo de fuego sobre los más ricos, que se destruyen a sí mismos (niegan a Dios), matando al mismo Cristo, es decir, cortando la esperanza de la vida humana. En manos de ellos estamos, y ellos pueden matarnos y matar la semilla de de Dios sobre la tierra.

Los ricos de esta palabra de Santiago (de Jesús y los profetas) no son una simple institución económica del neo-capitalismo (el FMI, BM o la OMC…), ni las multinacionales sin nombre que cabalgan con su muerte sobre campos o ciudades, sembrándolas de muerte… Estos ricos son hombres y mujeres concretos, con nombre y apellido, a los que el profeta de Cristo condena, no porque carezcan de un tipo de falsa fe religiosa (o no eleven plegarias a su dios asesino), sino porque destruyen a los hombres, matando de esa forma al Cristo.
 
Temblando sigo al leer esta palabra de la “epístola” de hoy (Dom 30.IX.2012), que quiero citar y situar brevemente. Buen fin de semana a todos, si pueden tras haber leído el texto… Tras la palabra de Jesús (si tu mano te escandaliza… córtatela…) viene esta arenga aún más dura de su hermano Santiago.
Texto
a. Y ahora, vosotros, los ricos, llorad y lamentaos por las desgracias que os han tocado. Vuestra riqueza está corrompida y vuestros vestidos están apolillados. Vuestro oro y vuestra plata están herrumbrados, y esa herrumbre será un testimonio contra vosotros y devorará vuestra carne como el fuego. ¡Habéis amontonado riqueza, precisamente ahora, en el tiempo final!
b. El jornal defraudado a los obreros que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros; y los gritos de los segadores han llegado hasta el oído del Señor de los ejércitos. Habéis vivido en este mundo con lujo y entregados al placer.
c. Os habéis cebado para el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al Justo. Él no se ha resistido (Santiago 5, 1-6).
Introducción
El texto no necesita largo comentario, pues lo que dice resulta cristalino, si es que se lee desde la “retórica” viva de la profecía. Puede dividirse en tres partes, como he señalado en la traducción:

a. La riqueza no es Dios, es un ídolo falso.
Fundarse en ella es pecado, matarse uno a sí mismo:
Ahora, hay de vosotros, los ricos, llorad y lamentaos por las desgracias que os han tocado. Vuestra riqueza está corrompida y vuestros vestidos están apolillados. Vuestro oro y vuestra plata están herrumbrados, y esa herrumbre será un testimonio contra vosotros y devorará vuestra carne como el fuego. ¡Habéis amontonado riqueza, precisamente ahora, en el tiempo final!
Santiago se sitúa en el centro de la confesión de fe judía, que no conoce más Dios que Yahvé, sabiendo que el pecado mayor es la “idolatría”, que consiste en la divinización práctica del dinero, es decir, de aquello en lo que queremos fundar nuestra vida.

El pecado no es simplemente “dejar a Dios”, sino sustituirlo por el dinero (que Jesús llama Mamón), convirtiéndolo en principio y sustento de la vida. Pues bien, Dios vive y hace vivir… Por el contrario, el dinero se pudre (como herrumbre) y mata a los hombres que quieren sustentarse en él (como sabe el Sermón de la Montaña).
Divinizar la riqueza, ese es pecado. No se trata de algún tipo “confesión de fe abstracta”, sino de algún muy concreto: Querer fundar la vida en la propia riqueza, vivir para amontonarla, destruyéndose con ella.
Éste es el infierno de Santiago, el hermano de Jesús: Las mismas riquezas que habéis amontonado “os queman”, se destruyen y os destruyen. No hay un infierno “exterior”, hecho por Dios, para castigaros. Vosotros mismos os castigáis y os condenáis a la muerte al convertir vuestra vida el deseo de riqueza.
El hombre, hecho por Dios y para Dios (un ser divino), se vuelve siervo del dinero, matándose a sí mismo. Éste es el primer infierno.

b. La riqueza es pecado porque destruye a los pobres.
Quien vive para amontonar riqueza tiene que matar a los otros
El jornal defraudado a los obreros
que han cosechado vuestros campos está clamando contra vosotros;
y los gritos de los segadores
han llegado hasta el oído del Señor de los Ejércitos.
Santiago toma estas palabras de la tradición campesina de Israel, y ellas pueden entenderse en todas las culturas de la tierra. Así evoca la imagen del obrero sin sueldo (defraudado) y del segador sin jornal (ni comida) a la caída de la tarde. La idolatría se convierte de esa forma en injusticia, la adoración del dinero en muerte de los pobres.

El jornal “defraudado” es el dinero que se quita a los pobres, el dinero que amontona el rico está hecho de la sangre de los oprimidos. Esta imagen del obrero o segador defraudado ha de traducirse en nuestra sociedad neo-capitalista (año 2012) en otras claves, pero se sigue entendiendo perfectamente:
‒ Está al fondo la experiencia de los millones de hombres y mujeres sin trabajo ni sueldo suficiente, mientras los ricos de las multinacionales almacenan dinero “abstracto” (virtual), pero que mata muy en concreto a los pobres.
‒ Está al fondo la experiencia de los hombres, mujeres y niños concretos (casi cien mil) que mueren cada día de hambre, mientras crece la espiral de un “mercado” donde todo se compra y se vende, con hombres y mujeres concretos que ganan y crecen (destruyendo su propia vida).
‒ La pobreza y el dolor del mundo, el hambre de los expulsados, éste es el grito del hombre que clama ante Dios. Éstos que así gritan y mueren son para Santiago, hermano de Jesús, los nuevos y eternos hebreos que gritan desde Egipto, el más tico de todos los países, como sabe el libro judío del Éxodo.
Visto así, el grito de hambre de los pobres no es un problema sólo social, sino teológico. Éste es el lugar en el que debe revelarse Dios en nuestro mundo.
 
c. Habéis condenado y matado al Justo,
es decir, al mismo Cristo.
Ésta es una de las palabras más sorprendentes del NT, una palabra que deriva de todo lo anterior: Este Justo al que han condenado y matado los ricos es Jesús, el redentor de la tradición de Santiago y de la Iglesia judeocristiana:
Habéis vivido en este mundo con lujo y entregados al placer. Os habéis cebado para el día de la matanza. Condenasteis y matasteis al Justo; él no os ha resistido.
El Credo oficial de la Iglesia dice sobriamente que Jesús fue crucificado en tiempos (bajo) Poncio Pilato, sin condenar más en concreto a los “culpables”. Santiago afirma, en cambio, que a Jesús le han matado y le siguen matando los ricos.
-- Cierta tradición gnóstica (iniciada ya por el mismo Pablo) dirá que a Jesús le mataron los “principados y poderes” del alto (infernales), sin saber en el fondo lo que hacían.
-- El evangelio de Marcos y toda la tradición sinóptica indicará que a Jesús le mataron los poderes político-religiosos de Jerusalén: el Gobernador Pilato, los Sumos sacerdotes…
-- Desde ese fondo, cristianos y judíos, exegetas de todos los tiempos, siguen discutiendo si a Jesús le mataron más los judíos o los príncipes romanos. Mil veces han perseguido los malos cristianos a los judíos llamándoles “deicidas”, asesinos de Jesús.
-- Pues bien, este pasaje de Santiago, enraizado en la mejor tradición judía y cristiana, afirma que a Jesús le han matado en concreto “los ricos”, es decir, los que vivís entregados al lujo y al placer, a costa de los pobres. Cada vez que muere por vosotros un “pobre” está muriendo a Cristo, es decir, estáis matando al Justo.
Santiago está diciendo que los que han matado a Jesús el Justo lo han hecho por codicia, porque han querido asegurar su poder y su dinero. Según eso, el rico que defrauda al pobre no es simplemente homicida, es deicida.

Ésta es la palabra clave, ésta la conclusión del texto de Santiago, que puede condensarse en tres afirmaciones radicales, con las que termino este comentario:

1. Los ricos, como idólatras y opresores, terminan matando al “justo”, es decir, a los pobres. Éste es un tema que ha sido explorado y desarrollado de un modo escalofriante por el libro de la Sabiduría (Sab 2), a partir de la tradición del Antiguo Testamento: La muerte del justo que es pobre.

2. En este contexto emerge, de manera sorprendente, la imagen y realidad del Justo (ton Díkaion), que es Jesús, el Mesías, a quien han matado (y siguen matando los ricos). La carta de Santiago es la más “sobria” del Nuevo Testamento en el plano cristológico: Apenas habla de Jesús, casi ni le cita. Pero en el lugar central le presenta como el Justo asesinado por todos los ricos de la historia humana: ¡Cada vez que lo hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo lo hicisteis; cada vez que dejasteis morir a uno de ellos, a mí me matasteis! (cf. Mt 25, 31-46).

3. Jesús, el no violento, no ha resistido... y, sin embargo (por eso) él es quien decide el sentido de la historia. En esta palabra culmina el pasaje: “Ouk antitasstai hymin”. El Justo Jesús no se ha opuesto a vosotros con violencia, no os ha matado, no ha hecho la guerra… Se ha dejado matar, como el Siervo del Segundo Isaías, como el Justo de Sal 2. Éste es el Jesús que proclamó la “no violencia activa” (no juzguéis, no os opongáis al mal con violencia…). A partir de aquí se entiende la historia de los hombres.

Conclusión
Este pasaje no necesita conclusiones. Déjala así, así es la “rosa”, así es la profecía. Sumérgete en ella y “siente” la condena de un mundo injustos, de unos ricos-ricos que matan (dejan morir) a los pobres, matando al mismo Cristo, y llamándose a veces cristianos.
 
Todo lo demás pasa. Esta palabra de Santiago, teólogo de raza, hermano de Jesús nos introduce en el secreto de la historia humana.

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