MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Medellín II sopla nuevos aires para Iglesia católica

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El Concilio Vaticano II supuso para el establecimiento católico una puesta al día con los nuevos tiempos. Medellín visibilizó y asentó la opción por los pobres, que Puebla reafirmó

Monseñor Leonidas Proaño se adelantó al Concilio Vaticano II cuando declaró desde 1956 su “opción preferencial por los pobres”.
 
Angela Portilla Caballero
El 12 de agosto de 1976 en Riobamba, en la Casa de la Diócesis “Hogar Santa Cruz”, un centro de reflexión, teológico, pastoral, político y social,  fundado por monseñor Leonidas   Proaño, se efectuaba un encuentro  pastoral  en el que participaban arzobispos y obispos del  continente americano, cuando  inesperadamente fueron interrumpidos por decenas de  policías que irrumpieron violentamente  y apresaron, por orden del ministro de gobierno encargado,  Xavier Manrique,  a cerca de una centena de personas, entre sacerdotes y laicos. 

Entre los detenidos estaban el obispo  Leonidas Proaño, Adolfo Pérez Esquivel, a quien  en 1980  le otorgarían el Premio Nobel de la Paz, y el sacerdote guayaquileño José Gómez Izquierdo. Gobernaba   Ecuador una dictadura  presidida por un triunvirato militar.

¿Qué estaba sucediendo  para que  miembros de una institución tradicionalmente ligada al poder político y económico fueran reprimidos y encarcelados  en un país  con una inmensa raigambre católica?

Responder esta  inquietud amerita  remontarse a la década del 60 y consignar dos sucesos  acontecidos durante  esos años que cambiarían para siempre la historia mundial: la Revolución Cubana  ocurrida en 1961; y al año siguiente,  el Concilio Vaticano II,  promovido por  el papa Juan XXIII y continuado por Pablo VI, un sínodo  que pretendía volver la mirada de la iglesia en dirección hacia las mayorías; es decir, hacia los más pobres del planeta. Dos hechos,  aparentemente disímiles, pero convergentes en la meta: que el reparto de los bienes económicos fuera  equitativo para todos los seres humanos.

El Vaticano renueva su atmósfera
El Concilio Vaticano  II surge como una respuesta de la Iglesia católica a la necesidad urgente de ponerse a tono con los nuevos tiempos que corrían.

Hasta el momento en que Juan XXIII inauguró, en octubre de 1962, esta cita ecuménica, la jerarquía católica había permanecido de espaldas a los cambios políticos y sociales  ocurridos luego de la Segunda Guerra Mundial que tenían  que ver con la emergencia de   Estados Unidos como potencia   dominante y por consiguiente el afianzamiento del capitalismo mundial, los movimientos de liberación de las antiguas colonias europeas en África, entre otras cosas.

Esta gran asamblea  que reunió  a más de dos mil  obispos católicos  contó también con la participación de 101 representantes de otras iglesias no católicas en calidad de observadores; no obstante el predominio europeo en la misma, este sínodo constituyó una puerta que los obispos latinoamericanos usaron para visibilizar  la atroz realidad socioeconómica de las  inmensas mayorías de sus países. 

Luego de finalizado el Concilio Vaticano II (1965) las comunidades  cristianas latinoamericanas y del Caribe intensificaron  sus actividades tendientes a   organizar  la segunda conferencia del episcopado que se realizaría  en Medellín, Colombia.  

Conferencia de Medellín y la Teología de la Liberación
Medellín supuso para la iglesia latinoamericana la concreción de la propuesta del Concilio Vaticano II: llevar la iglesia al pueblo, es decir a los más pobres, planteamiento que    no era compartido por la mayoría de  los asistentes al concilio “... los obispos latinoamericanos más lúcidos captaron pronto que a la inmensa mayoría de integrantes del Concilio el tema les era muy lejano... (Jon Sobrino, Reflexión y Liberación, reflexylib@hotmail.com).

En 1967, un año antes de Medellín, 18 obispos del Tercer Mundo, presididos por el arzobispo Helder Cámara, firmaron y publicaron  un mensaje que señalaba  que “el verdadero socialismo es el cristianismo integralmente vivido, en el justo reparto de los bienes y la igualdad fundamental”.

Era la primera vez que la palabra socialismo se incluía en un texto elaborado por  miembros de la iglesia.  Y muchos de los puntos  de este comunicado fueron la base sobre la que se edificó la Segunda Conferencia del Episcopado Latinoamericano realizada en Medellín en 1968.

Los documentos finales de la conferencia se dirigían a los millones de hombres y mujeres latinoamericanos, campesinos y obreros, que “ansían y se esfuerzan por un cambio”; por lo que la iglesia  de este continente, a tono con los tiempos,  considera que “aunque la palabra es importante”, en este momento en que la miseria margina a las grandes mayorías, “la hora de la acción es más urgente”.

El encuentro de Medellín se constituyó así en  el punto  de partida de una praxis  revolucionaria,  a la que denominaron Teología de la Liberación.

Pero,  ¿cuáles eran los campos que abarcaban esta expresión? el sociólogo y filósofo marxista brasileño Michael Löwy en “La Teología de la Liberación: Leonardo Boff y Frei Betto”, la define como   la “opción preferente para los pobres”. Y aclara mucho más el concepto al sostener que “el  cristianismo de la liberación ya no considera a los pobres como simples objetos de ayuda, compasión o caridad, sino como protagonistas del cambio social” (tomado de www.Rebelión.org 21/3/2007. Traducido del francés por Katy R.).

América Latina se convirtió así en el  bastión de un movimiento  que, no obstante ocurrir en los bordes del establecimiento eclesiástico y político, prácticamente obligó a los poderes a voltear  la cara y ver lo que ocurría. La década del 70 y principios del 80  fueron años de profundización de una teología que a pesar de ocurrir en los márgenes  irradiaba su acción hacia grandes espacios. 

Teólogos como Segundo Galilea, Gustavo Gutiérrez,  Frei Betto,  H. Assman, Leonardo Boff, Ignacio Ellacuría, Jon Sobrino, entre otros, se encargarían de darle el sustento teórico a la praxis.

La III Conferencia General del Episcopado, realizada en  Puebla, México,  en  1979, fue una ratificación de Medellín y la expresión “opción preferencial por los pobres” se consagró.   

Reacción del establecimiento
Esta revolución que ocurría en los límites mismos del poder  establecido estaba siendo medida por los poderes fácticos mundiales. Así, en el año 1969, el norteamericano Nelson Rockfeller, luego de una gira por América Latina, escribió un informe donde señalaba su preocupación ante el “creciente radicalismo de la iglesia”.

El golpe de Pinochet en Chile, en 1973,   marcó el inicio de una serie de dictaduras en América del Sur y Central, que fueron apoyadas económicamente por el establishment  mundial liderado por los Estados Unidos, que inundaron de dólares a estos países, en un proceso de endeudamiento que significó la ruina para muchos de ellos.   

Comenzó entonces una cacería por parte de  sectores poderosos de las jerarquías eclesiásticas  a  religiosos ligados con la Teología de la Liberación. Situación que fue aprovechada por los poderes políticos locales  para reprimir y en muchos casos asesinar  a obispos y sacerdotes. Como ocurrió con  monseñor Oscar Arias Romero, quien fue asesinado en la catedral de San Salvador mientras oficiaba misa. O con el dominico Frei Betto, condenado a 5 años de prisión porque cuando la dictadura militar brasileña intensificó la represión en 1969,  socorrió    a numerosos militantes revolucionarios ayudándolos a esconderse o a cruzar la frontera para alcanzar Uruguay o   Argentina.  

El ataque contra el sector progresista de la iglesia en Latinoamérica se daría desde Colombia, desde la propia Conferencia Episcopal Latinoamericana, presidida por el obispo Alfonso López Trujillo, del ala más conservadora del episcopado, secundado por   Roger Vekemans, un religioso belga  cuestionado por sus nexos con la Democracia Cristiana chilena.

Desde Roma, la ofensiva se intensificó con la llegada de  Joseph Ratzinger a la dirección de la Congregación de la Doctrina de la Fe, cargo desde el cual cuestionaría a los principales ideólogos de la Teología de la Liberación.

Entre ellos  Leonardo Boff y Jon Sobrino. El primero fue llamado a Roma para que explique los alcances de su libro “Iglesia carisma y poder”. Boff, que escapó de morir cuando los militares salvadoreños, en 1989,   asesinaron al jesuita Ignacio Ellacuría junto con varios religiosos, recibía ahora la embestida de su  propia institución, que al final logró que el sacerdote abandonara los hábitos.  La sanción para Sobrino fue la prohibición de enseñar en  instituciones católicas y la retirada del nihil obstat (visto bueno eclesial) a sus obras.

Colofón
Hoy, la pregunta pertinente iría en el tono de  ¿pasó ya la Teología de la Liberación? Jon Sobrino (Revista Exodo38, 1997, Madrid) se interroga sobre lo mismo  y su respuesta es esclarecedora: hay simplismo, dice él, con el que se puede llegar a proclamar el hecho, “ya pasó”, y, sobre todo,  ligereza en el análisis de lo que significa “pasar”; porque una cosa es “pasar”, en el sentido de desaparecer de la historia, y otra cosa es pasar dejando en la historia algo perenne, en sentido de clásico.

Eso es lo que ha ocurrido. Y así, en la teología, en movimientos de solidaridad, en comunidades, incluso entre no creyentes, existen hoy modos de ver el cristianismo que se deben a ella.

Y tiene razón pues en este momento la esperanza de Latinoamérica está en el propio poder político asumido por gobiernos progresistas que han llegado justamente con los votos de aquellos por quienes la Teología de la Liberación apostó.

Como ya lo señaló el presidente Rafael Correa en conferencia dictada en la Universidad de Oxford: “en el plano personal, mis principios sociales y económicos se fundamentan en la Doctrina Social de la Iglesia Católica y en la Teología de la Liberación, y el socialismo del siglo XXI que estamos construyendo en América Latina, al menos en el caso ecuatoriano, también se alimenta de esas fuentes”.

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