MONS. GONZALO LOPEZ M.

MONS. GONZALO LOPEZ M.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

“Jesús interrumpiría nuestras misas para recordarnos que no se puede servir a Dios y al dinero”



Entrevista a José Antonio Pagola, teólogo
Cristina Ruiz Fernández
Miércoles 5 de septiembre de 2012
Publicado en alandar nº290

Cristianismo, mercado y movimientos sociales será el tema del próximo Congreso de Teología, organizado por la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII. Esta convocatoria contará con la participación del teólogo José Antonio Pagola, que será el encargado de la última ponencia, que tiene un título rotundo y bien conocido: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Hemos charlado con él sobre estos temas, para buscar, en este contexto de crisis, caminos y salidas proféticas al estilo de Jesús de Nazaret.

Cristianismo, mercado y movimientos sociales… son tres conceptos que, a priori, para mucha gente no tienen nada que ver entre sí. ¿Cuál es la relación entre ellos?

No hemos de olvidar que en el origen del cristianismo está el movimiento profético impulsado por Jesús para abrir caminos al reinado de Dios y su justicia. Los movimientos sociales de los que se tratará en el congreso están inspirados y motivados por la voluntad de construir una sociedad más justa, digna y dichosa para todos. La dictadura impuesta por los mercados financieros, por el contrario, funciona sin pensar en el bien de la comunidad humana, ignora el destino común de la Humanidad y sigue generando hambre y explotando peligrosamente los recursos de la Tierra.

Se nos ha dicho: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. ¿Cómo se hace compatible esto con la implicación social y el compromiso en casos, por ejemplo, como las protestas ante los desahucios y los abusos de la banca?

Estas palabras de Jesús suelen ser interpretadas con frecuencia de manera falsa e interesada. Jesús no está pensando en Dios y el César como dos poderes que pueden exigir cada uno de ellos, al mismo nivel, sus propios derechos a sus súbditos. Su idea es ésta: no deis a ningún César lo que solo pertenece a Dios. Y de Dios son los pobres, los pequeños, los desvalidos… No se ha de sacrificar la vida de los indefensos a ningún poder económico, político o religioso. Éste es el principio evangélico básico que nos urge a defender a los desahuciados, los parados, los excluidos de asistencia sanitaria… frente a cualquier poder que los oprima.

¿Y cómo se hace compatible esa misma frase con los altos cargos políticos y económicos que hacen gala de pertenencia a la Iglesia católica?

Lo decisivo en el seguimiento a Jesús no es la pertenencia a la Iglesia católica ni el cumplimiento más o menos correcto de las obligaciones y prácticas religiosas, sino el esfuerzo por entrar en la dinámica del Reino de Dios y su justicia, organizando nuestra vida animados por su Espíritu. El cristiano que ostenta un poder político, económico o religioso ha de estar muy atento a las grandes llamadas de Jesús: “No podéis servir a Dios y al dinero”; buscad que “los últimos sean los primeros y los primeros, últimos”, no hay que vivir para ser servidos sino para servir… El poder o es servicio a una vida más digna para todos, empezando por los últimos, o no tiene nada que ver con Jesús: hacer gala de pertenencia a la Iglesia católica no es lo más apropiado para ser testigo de Jesús.

¿Han encontrado la Iglesia institución e incluso las comunidades cristianas su papel en una sociedad cada vez más plural y secularizada?, ¿qué tipo de presencia pública le parece que deberían cultivar hoy las personas cristianas?

La Iglesia se resiste a ser despojada del poder social que ha tenido en otras épocas. Nos cuesta desprendernos de comportamientos y discursos de carácter autoritario. En ciertos sectores se hace de la Iglesia una “contra-sociedad” y de la fe una “contra-cultura”. Corremos el riesgo de hacer del cristianismo una religión del pasado, cada vez más anacrónica y menos significativa para las nuevas generaciones. Sin embargo, la crisis puede ser un tiempo de gracia para encontrar el único lugar social desde el que Jesús comunicó la Buena Noticia de Dios: siempre junto a los perdedores, defendiendo a los excluidos, compartiendo de cerca su sufrimiento, poniendo en riesgo nuestra seguridad por ellos… Algún día se tendrá que notar que también para nosotros los últimos son los primeros.

¿Qué aportación genuinamente cristiana podría servir en estos tiempos de crisis para salir de esta situación con más justicia?

Sin duda, la compasión activa y solidaria. Hemos de escuchar hasta el fondo la llamada de Jesús: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Desde el poder económico todo se tiene en cuenta antes que el sufrimiento de las víctimas. Se pretende salir de la crisis como si no hubiera dolientes de ninguna clase. Hemos de reaccionar. No podemos vivir estos tiempos de crisis como espectadores del sufrimiento de los demás. La compasión que Jesús quiere introducir en la historia reclama una manera nueva de relacionarnos con el sufrimiento injusto que hay en el mundo. Más allá de llamamientos morales o religiosos se nos está exigiendo que la compasión penetre más y más en los fundamentos de la convivencia humana para rescatar a los perdedores y excluidos de la desesperación y el olvido.

¿Cómo han de entender hoy y aquí la opción preferencial por los pobres los diversos grupos y comunidades?

Creo que las comunidades cristianas han de ser más que nunca escuelas de concienciación, de denuncia y solidaridad. No basta vivir a golpe de impulsos de generosidad (Haití, Somalia,…). Hemos de aprender a desplazarnos hacia una vida más sobria para poder compartir más lo que nosotros tenemos y sencillamente no necesitamos. Aprender a renunciar a un determinado nivel de bienestar para poder orientar parte de lo nuestro a los más necesitados. Desde las comunidades podemos poner rostro concreto a las víctimas de la crisis y acercarnos a familias o personas necesitadas de nuestro entorno familiar, vecinal, parroquial… Es bueno comenzar desde lo cercano hasta irnos implicando cada vez más en otras dinámicas solidarias.

¿Va a cambiar en algo esta crisis nuestros patrones de valores?

No lo sé. La crisis puede conducirnos a un mayor nivel de solidaridad o puede encerrarnos en un egoísmo más irresponsable (el “sálvese quien pueda”). De hecho, preocupados por nuestra crisis, estamos ya olvidando todavía más a los países del hambre y la desnutrición. Tampoco hemos de excluir que una crisis prolongada genere rabia, ira y violencia con graves consecuencias para la cohesión social. Sin embargo, la crisis puede ayudarnos mucho a revisar y transformar ciertos modelos de vida. Por ejemplo, necesitamos redefinir nuestro modelo de bienestar: ¿qué bienestar?, ¿para quiénes?, ¿con qué costos humanos?, ¿con qué víctimas?... Necesitamos abandonar nuestra idolatría del dinero y aprender a usarlo con criterios más humanos: ¿qué hacer con nuestro dinero?, ¿para qué ahorrar?, ¿en qué invertir?, ¿con quiénes distribuir?... Necesitamos dar pasos eficaces hacia un consumo más responsable, no compulsivo o superfluo: ¿qué compramos?, ¿dónde compramos?, ¿para qué compramos?...

¿Qué imperativos morales, ante tanto sufrimiento e injusticia como acarrean determinadas medidas públicas y decisiones políticas, deberían tener en cuenta todas aquellas personas que buscan el Reino de Dios y su Justicia?

Voy a recordar solo los imperativos que juzgo más básicos y prioritarios. Lo primero, salir de la pasividad para comprometernos conscientemente a vivir esta crisis con más coherencia y dignidad, sin desentendernos mientras a nosotros nos vaya bien. Segundo, esforzarnos por saber lo que está pasando (causas, responsables, consecuencias…); el desconocimiento de la realidad es la primera causa de la falta de compromiso. Tercero, atrevernos a pensar y actuar fuera del sistema para entrar en la lógica y la dinámica del Reino de Dios: se nos pide vivir con una conciencia mucho más indignada. Cuarto, luchar contra la “ilusión de inocencia” que nos permite seguir instalados en un bienestar, vacío de compasión hacía las víctimas de la crisis. Por último, recuperar el interés por el bien común defendiendo los servicios públicos, luchando contra las medidas que generan mayores desigualdades y ayudando a los excluidos y perdedores.

La opinión pública recibe con rechazo y escepticismo las palabras de los obispos sobre casi cualquier tema. ¿Tiene la jerarquía que adoptar también un posicionamiento público ante la crisis? 

En estos momentos la jerarquía debería hablar, al igual que Jesús, en nombre de los que sufren. Pero, para ello, los tiene que conocer, amar de cerca y llevarlos en su corazón. Esta sociedad no está esperando documentos redactados por especialistas que ofrezcan “doctrina social”. Necesita aliento profético: una palabra clara y clarividente, inspirada en el Evangelio de Jesús, que denuncie las injusticias, corrupciones y abusos concretos, y defienda a las víctimas inocentes de la crisis. ¿Qué piensa la jerarquía de los mercados financieros, el funcionamiento de la Banca española, la gestación de la “burbuja inmobiliaria” o las medidas que se imponen de manera implacable a la gente?

La Iglesia jerárquica no vive indignada como Jesús. Sin embargo, debería ser centinela sensible al sufrimiento de los débiles, que sale instintivamente en su defensa, animando a las comunidades cristianas a estar cerca de quienes necesitan ayuda para vivir con dignidad: los parados, las familias sin ingreso alguno, los desahuciados, los inmigrantes excluidos de la asistencia sanitaria…

¿Puede la Iglesia Universal vivir fielmente el Evangelio olvidándose de las realidades –culturales y coyunturales– concretas de las sociedades en las que está presente?

En la Iglesia universal hay seguidoras y seguidores de Jesús muy comprometidos con la realidad conflictiva y dolorosa de los diferentes pueblos. Pero, en muchos lugares, la Iglesia aparece encerrada en sus propios problemas e intereses, alejada de la historia del sufrimiento humano. Al parecer, hemos logrado adorar al Crucificado de manera que nos oculte a los crucificados de hoy. Evitamos de muchas maneras exponernos a la mirada del Dios de la compasión, que nos pondría al servicio de la Humanidad doliente. En no pocos sectores se alimenta la hipersensibilidad al pecado en el área de la sexualidad y se vive con indiferencia el drama del hambre que destruye a millones de hermanos. Esto no viene de Jesús.

Y para terminar, dejando volar la imaginación… ¿qué haría Jesús en una situación como esta?

Vivir una vez más sin techo, como los desahuciados; ofrecer su puesto de trabajo a algún padre en paro; visitar a familias en apuros para alentar su esperanza; señalarnos con el dedo a quienes vivimos tranquilos y satisfechos junto a los que se van quedando sin protección social; gritar indignado contra medidas que no tienen en cuenta a los más débiles; interrumpir nuestras misas para recordarnos que no se puede servir a Dios y al Dinero; tomar parte en la marcha de los mineros para gritar sus consignas: “¡Los últimos han de ser los primeros!”; “¡Dios es de los pobres!”; “¡No deis al Cesar lo que es de Dios!”; condenar a quienes echan cargas pesadas sobre el pueblo y no mueven un dedo para aliviar su situación. Seguramente, sería detenido por las fuerzas de seguridad como peligroso para el orden público. Descubrirían que era un inmigrante sin papeles. Nadie sospecharía que venía de Dios, enviado por el Padre no para condenar al mundo sino para salvarlo.