MONS. GONZALO LOPEZ M.

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sábado, 17 de septiembre de 2011

"Concilio traicionado, concilio perdido"

Recuperado 10/09/2011 en

"Concilio traicionado, concilio perdido"
Giovanni Franzoni, ex abad de San Pablo Extramuros y participante con 36 años en el Vaticano II, relata ante el congreso de la Juan XXIII cómo y cuándo se inició la traición conciliar.
JUAN G. BEDOYA - Madrid - 09/09/2011

"Concilio traicionado, concilio perdido". Así tituló su conferencia el teólogo Giovanni Franzoni, ex abad del monasterio benedictino de San Pablo Extra Muros, en Roma. "Tenéis delante de vosotros a una persona anciana (nacida en el 1928), que cuando era joven tuvo la suerte de participar en el Concilio Vaticano II. En ese evento tomaron parte unos dos mil quinientos padres, mas a cincuenta años de distancia casi todos han muerto. Yo soy uno de los poquísimos padres sobrevivientes (junto, en Italia, a mi amigo Monseñor Luigi Betazzi, obispo emérito de Ivrea); por tanto tenéis delante a vosotros un testigo directo".

El teólogo Franzoni fue este viernes la figura estelar del 31 congreso de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, que reúne este fin de semana en Madrid a casi un millar de pensadores de varias confesiones, en su mayoría mujeres. El ex abad franciscano subrayó este carácter de superviviente conciliar porque han sido frecuentes en estos últimos años congresos dedicados al Vaticano II donde teólogos o historiadores, que en los años sesenta del siglo pasado eran chiquillos o ni siquiera habían nacido, reflexionaban sobre aquel evento, diciendo incluso cosas profundas e importantes, pero normalmente sin sentir la necesidad de escuchar a algunos de los padres conciliares aún vivos. "No es que nosotros, viejos y a menudo enfermos, poseamos la verdad o seamos indispensables, mas algo interesante podremos decir como testigos del contexto (humores, esperanzas, temores, desilusiones, indignaciones) en que se discutieron y redactaron documentos", advierte Franzoni. En su opinión, "ningún discurso o crónica, y menos aun los mismos documentos, pueden presentar mejor el contexto de aquel acontecimiento que cambió el catolicismo moderno durante décadas, metido en conserva más tarde por los últimos papas.

Franzoni fue elegido en 1964 abad de San Pablo Extra Muros y, a pesar de no ser obispo, como abad de San Pablo - una abadía nullius - tenía el derecho de participar en el concilio, como sancionado en el Derecho canónico, junto a los otros abades con la misma condición jurídica. En calidad de tal fue uno de los más jóvenes padres conciliares, con apenas 36 años.

Recuerda ahora: "Yo había entrado en el Vaticano II como un moderado, pero para muchos, italianos en gran parte, era progresista y en ese camino fui despertado por la presencia e intervenciones de cardenales como el belga Leo Suenens, arzobispo de Malinas-Bruselas, o de Giacomo Lercaro, arzobispo de Bolonia, o de patriarcas como el griego melquita Maximos IV".
Franzoni argumenta "cómo, por qué y con qué razones el Concilio ha sido desatendido, vaciado de contenido y quizás traicionado, empezando precisamente por los papas. Según el ex abad franciscano, todo empezó ya con Pablo VI, sucesor del Papa que convocó el Vaticano II, el gran Juan XXIII. Dijo: "En muchas partes, incluso en nuestros ambientes, se afirma hoy que fueron Juan Pablo II y después el cardenal Joseph Ratzinger - a partir del 2005 Benedicto XVI - los que pusieron un freno a los fermentos post-conciliares, imponiendo una interpretación minimalista y restrictiva del Vaticano II. Sin embargo, fue el mismo Pablo VI quien puso las premisas para que el Concilio pudiera ser, al menos en parte, domesticado y el post-concilio enfriado.

"Cuando, en noviembre de 1964, el Concilio finalmente se preparaba para aprobar solemnemente la Constitución sobre la Iglesia, el papa Montini obligó a añadir al texto una llamada Nota explicativa previa al tercer capítulo de la Lumen gentium, precisamente aquel que afrontaba el tema de la colegialidad, o sea la relación entre el primado papal y el poder del colegio episcopal. La Nota reitera en modo exasperado el poder papal, dándole una interpretación que en perspectiva vaciaba de contenido la colegialidad episcopal que era afirmada en la Lumen gentium (para ser preciso recuerdo que el texto conciliar no usa nunca el sustantivo Colegialidad sino que habla del Colegio de los obispos). Esa repite cien veces que tal colegio no puede nada "sin su jefe", o sea, sin el Sumo Pontífice. Salvo excepciones, la Curia romana sostuvo siempre que la Nota previa era un acto del Concilio. Pero no es así, es un acto papal, responsabilidad plena de Pablo VI. El Concilio simplemente ha tomado nota, pero formalmente sin hacer propio el texto".

Franzoni también demuestra cómo fue Pablo VI quien enfrió e, incluso, evitó el debate sobre el celibato sacerdotal. Dice: "Cuando con el decreto Presbyterorum ordinis, en la cuarta sesión nos preparamos para discutir sobre el ministerio y la vida sacerdotal, se debía afrontar el problema del celibato obligatorio para los sacerdotes de la Iglesia latina. Surgieron intervenciones completamente favorables a mantener la ley en vigor, pero también alguna intervención que preveía la hipótesis de aquellos que más tarde serían llamados en latín viri probati, o sea hombres maduros, con una vida profesional hecha y padres de familia, que podrían ser ordenados sacerdotes. Estas intervenciones progresistas", si bien raras, turbaron al papa que entonces escribió una carta al cardenal Eugenio Tisserant, primus inter pares del Consejo de presidencia del Concilio, pidiendo que informara a la asamblea que el pontífice se reservaba para sí la cuestión del celibato sacerdotal; así fue como la discusión del Vaticano II en el mérito fue truncada. Más tarde, en 1967, el papa Montini publicaba la encíclica Sacerdotalis caelibatus en la que rechazaba toda hipótesis de cambio de la ley en vigor. Pero todos saben que desde entonces y durante todos estos cincuenta años, la cuestión del celibato ha provocado infinitos debates, mucho malestar, mucho sufrimiento".

"Cuando nos enteramos de la decisión del papa de reservarse la decisión sobre el celibato sacerdotal, un padre conciliar colombiano que estaba muy cerca de mi me dijo en italiano: "padre abad, yo tengo solamente ocho sacerdotes diocesanos, todos concubinos, ¿qué debo hacer, echarlos todos a la calle y quedarme sin sacerdotes? Yo vine al Concilio sólo por este motivo." Yo, moderado, intenté calmarlo diciéndole que esperaba que el Santo Padre hiciera su parte... Si el papa hubiera dejado plena libertad al Concilio, quizás se habría abierto la brecha hacia una reforma. Pero el papa decidió, y los padres conciliares no tuvieron el coraje de insistir para mantener la libertad de discutir sobre aquel espinoso tema.

También sobre Gaudium et spes el Papa hizo una intervención autoritaria que tuvo graves consecuencias. Cuando se discutió sobre los métodos moralmente legítimos para controlar la natalidad, numerosos padres - Suenens y Maximos IV entre otros - sostuvieron que a los cónyuges se les debía otorgar libertad de conciencia; tesis contradicha por padres menos numerosos pero más combativos. Decididos a reafirmar la Casti connubii, la encíclica con la que en 1930 Pio XI declaraba ser culpa grave impedir el normal proceso de procreación de un único acto conyugal, los padres "conservadores" se opusieron con todos los medios a las anunciadas aperturas y novedades. Los "progresistas" confirmaron - se había descubierto "la píldora" poco tiempo antes - que no era sabio oponerse a la ciencia, y emitir sentencias en campos tan opinables. Pareció claro que la gran mayoría del Concilio era favorable a la tesis "abierta". Intervino, entonces, Pablo VI reservándose la determinación de los medios moralmente lícitos para regular la natalidad. Lo hizo con la encíclica Humanae vital".

Franzoni explicó más tarde el endurecimiento de la falible autoridad papal, castigando a cientos de teólogos y acabando sin miramiento con la teología de la liberación en favor de una Iglesia de los pobres. Él mismo fue una de las víctimas. Lo contó así: "Sobre todo en un punto los papas post-conciliares han olvidado el Concilio (con el repetido reconocimiento de la autonomía de las realidades terrenas y del Estado), o lo han interpretado en modo reductivo y, al final, desviante: me refiero a la relación entre normas éticas proclamadas por el magisterio católico y leyes de los Estados sobre "puntos sensibles" (o, sea los temas relacionados con la sexualidad, la familia, el fin de vida). En Italia, como sabréis, en mayo 1974 se programó un referéndum para decir sí o no a la abrogación de la ley sobre el divorcio. Se trataba por tanto de discutir sobre una ley civil, no sobre un sacramento. Pues bien, la Conferencia episcopal intentó imponer, moralmente, y no sólo a los católicos, sino a todos los ciudadanos, de votar SI a la abrogación. Yo - permitidme una referencia personal - me opuse públicamente a esta pretensión y, en un pequeño libro, sostuve la libertad de voto, de conciencia, de los católicos. ¡Y así fui suspendido a divinis!"

Los días 12 y 13 de mayo de 1974 aquella Italia - que según las estadísticas vaticanas era católica al 98% - votó NO, en un 60%, a la cancelación de la ley sobre el divorcio. Fue un gran golpe para Papa y obispos, pero no se rindieron ni entonces ni después. De hecho, en un referéndum de junio del 2005 sobre la procreación asistida, hicieron campaña pública para invitar a todos a no votar. Como no se alcanzo el quórum del 50%+1 de los votantes, el referéndum fue declarado inválido. Sostiene Franzoni que "las jerarquías eclesiásticas están convencidas de que sólo el magisterio católico pueda pronunciar palabras de verdad sobre ley natural y sobre temas sensibles; y por tanto urgen a los católicos a hacer que las leyes civiles recalquen el punto de vista de la doctrina católica oficial sobre cada tema. El concepto de laicidad es completamente extraño a las jerarquías: o, mejor, ellas la invocan, precisando, sin embargo, que la laicidad debe ser sana, o sea, que acoja las tesis vaticanas".

También esta tarde ha hablado el teólogo José Arregui, de la Universidad de Deusto y obligado el año pasado por el obispo de San Sebastián a abandonar la congregación de los Franciscanos para evitar males mayores a sus superiores. Analizó los fundamentalismos religiosos y sus antídotos en la religión y, entre los rasgos del fundamentalismo, destacó la búsqueda de un fundamento inamovible en un mundo más cambiante que nunca; la lectura literal de los textos sagrados; la pretensión de una verdad absoluta en reacción crispada contra la incertidumbre inherente a nuestra cultura; la dependencia de una autoridad indiscutible, como recurso contra la inseguridad creciente; la defensa de una moral inmutable, supuestamente fundada en los textos sagrados; y la fe en un Dios supuestamente conocido, que legitima las propias convicciones y opciones, y una visión maniquea del mundo, dividido entre buenos y malos.

"¿De quién es el futuro?", se preguntó finalmente Arregui. El futuro es "una religión crítico-liberadora, que exige un cambio radical de un paradigma milenario, la adopción de otro paradigma holístico (no dualista), ecológico (no antropocéntrico) y pluralista (no exclusivista)", dijo.

El congreso de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII continúa este sábado con las intervenciones de Ndeye Andújar, directora de WebIslam; las teólogas feministas Kochurani Abraham (Universidad india de Madras) y Geraldina Céspedes (universidad Rafael Landívar, de Guatemala), y, a última hora, con el homenaje a José María Díez-Alegría, Enrique Miret Magdalena y Julio Lois, presidentes de la Juan XXIII ya fallecidos. Serán evocados por Pedro Miguel Lamet, Andrés Tornos y Paca Sauquillo. La clausura es el domingo con la celebración de la eucaristía en el paraninfo del sindicato Comisiones Obreras, una colecta solidaria y la emisión de una declaración final. Antes, el secretario general de la Juan XXIII, Juan José Tamayo pronunciará la lección de clausura sobre "El diálogo interreligiosos, alternativa a los fundamentalismos".